Activismo 2.0 en Argentina: Entre la Potencia del Click y el Desafío del Cambio Tangible

Esmé WegnerPolítica2 de mayo de 2025

El activismo digital, también conocido como Activismo 2.0, ha emergido con una fuerza inusitada en el escenario argentino contemporáneo, reconfigurando las formas de participación ciudadana y la protesta social. Las plataformas digitales se han convertido en espacios vibrantes donde se gestan debates, se organizan movilizaciones y se difunden reclamos con una velocidad y un alcance antes inimaginables. Esta nueva modalidad de militancia online ha demostrado una notable capacidad para instalar temas en la agenda pública y para convocar a sectores amplios de la sociedad. Su visibilidad es innegable y su potencial parece expandirse día a día. La discusión sobre su naturaleza y sus consecuencias resulta, por ende, impostergable.

Esta irrupción del activismo en el entorno virtual plantea, no obstante, una tensión fundamental que atraviesa el corazón de este artículo: aquella que existe entre la aparente facilidad y masividad del “click” y la ardua complejidad que implica la concreción de transformaciones sociales, políticas y culturales que sean profundas, estructurales y, sobre todo, perdurables. La viralización de un hashtag o la recolección de miles de firmas online son, sin duda, manifestaciones de una voluntad colectiva. Sin embargo, el camino del click al cambio real está plagado de matices y obstáculos que merecen un análisis detenido. Es en esta encrucijada donde se sitúa nuestra reflexión.

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Una de las preguntas centrales que intentaremos abordar a lo largo de estas páginas es si, efectivamente, ¿funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas de manera sustancial en el particular contexto argentino? Exploraremos las múltiples facetas de esta herramienta, desde sus logros más resonantes hasta sus limitaciones más evidentes. Buscaremos comprender qué tipo de cambios puede impulsar la acción digital y cuáles requieren, ineludiblemente, de otras formas de organización y lucha. La indagación se presenta como un ejercicio necesario para no caer ni en la tecnofilia ingenua ni en el pesimismo paralizante.

Resulta particularmente pertinente contextualizar esta discusión de cara al futuro inmediato, pensando en la efectividad del activismo digital en 2025 y los desafíos que enfrenta nuestro país en la actualidad. Las dinámicas sociales y políticas están en constante evolución, y las herramientas digitales no son ajenas a estos procesos de cambio, adaptándose y siendo resignificadas por sus usuarios. Comprender las tendencias actuales y las potencialidades futuras del ciberactivismo nos permitirá afinar estrategias y fortalecer su capacidad transformadora. Este análisis prospectivo es una de las ambiciones de este texto.

Es nuestra intención desarrollar este análisis desde una perspectiva crítica, empática y profundamente reflexiva, anclada en un enfoque de izquierda, feminista, de género e inclusivo. Creemos que estas miradas son indispensables para desentrañar las complejidades del fenómeno y para visibilizar las voces y experiencias de aquellos grupos que históricamente han sido marginados. El compromiso con estos valores guiará cada una de las secciones que componen este artículo. La autenticidad de las luchas populares merece una aproximación rigurosa y respetuosa.

Asimismo, no podemos soslayar que el vibrante y a menudo caótico debate digital se ve afectado por la irrupción de actores y estrategias que buscan manipular la opinión pública o silenciar voces disidentes. La presencia de operaciones coordinadas de desinformación o la actividad de cuentas inorgánicas, popularmente conocidas como “granjas de bots”, añade una capa de complejidad al análisis del activismo online. Estos elementos distorsionadores deben ser considerados al evaluar el impacto real del ciberactivismo y las condiciones en las que se desenvuelve. La disputa por el sentido también se libra en este terreno.

Este artículo se propone, entonces, ofrecer una mirada profunda sobre los límites y alcances del activismo digital en Argentina, valorando su potencia sin desconocer sus debilidades. Se buscará trascender las visiones simplistas para adentrarse en los matices de un fenómeno que está redefiniendo la participación ciudadana. La invitación es a transitar este recorrido con una mente abierta y un espíritu crítico. Consideramos que el debate informado es una herramienta poderosa para la acción.

La estructura de este trabajo ha sido pensada para abordar progresivamente las distintas dimensiones del Activismo 2.0 en nuestro país. Iniciaremos explorando cómo las redes sociales han modificado las formas de protesta, para luego adentrarnos en la difícil tarea de medir su impacto concreto. Posteriormente, dedicaremos espacio a una crítica al slacktivismo actual y a las manifestaciones de un posible activismo performativo en redes. Estos pasos nos permitirán construir una base sólida para las secciones subsiguientes.

Continuaremos examinando los múltiples desafíos del activismo online para generar impacto, incluyendo las barreras estructurales y las estrategias de poder que buscan neutralizarlo. Luego, pondremos el foco en la importancia de la articulación entre las acciones digitales y la movilización en el territorio, esa sinergia que parece ser clave para potenciar la efectividad. Finalmente, nos proyectaremos hacia el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido?, buscando delinear horizontes y estrategias posibles. La metodología será la de un análisis cualitativo de tendencias y discursos.

Esperamos que las reflexiones aquí vertidas contribuyan a un entendimiento más acabado sobre el rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos en Argentina. La intención no es ofrecer respuestas cerradas, sino más bien abrir nuevas preguntas y fomentar un debate que consideramos esencial. Creemos firmemente en la capacidad de la acción colectiva para transformar la realidad. Las herramientas digitales, con todas sus ambivalencias, forman parte de ese repertorio de acción.

La discusión sobre la cultura del clicktivismo y sus implicancias éticas y políticas es otro de los ejes que recorrerá este texto. Nos interesa pensar cómo se construyen las identidades militantes en el entorno digital y qué tipo de subjetividades políticas promueven estas nuevas formas de participación. El análisis buscará ser siempre respetuoso de las diversas expresiones del activismo. Aspiramos a que este artículo sea un aporte en esa dirección.

Este trabajo se enmarca en la convicción de que es posible y necesario construir un activismo digital que sea verdaderamente transformador, inclusivo y efectivo. Para ello, es indispensable conocer a fondo sus mecanismos, sus potencialidades y también sus riesgos. Con ese espíritu, damos inicio a este análisis. La palabra, en red o en la calle, sigue siendo nuestra herramienta fundamental.

Tecnología y Militancia: Así Transformaron las Redes la Protesta Social en Argentina

La irrupción y masificación de las tecnologías digitales han redefinido drásticamente las formas de participación política y militancia en Argentina durante las últimas décadas. Las redes sociales, en particular, emergieron como plataformas dinámicas que alteraron profundamente los modos de organización, difusión y visibilización de diversas causas sociales. Plataformas como X (previamente Twitter), Instagram, Facebook, e incluso servicios de mensajería como WhatsApp y Telegram, se convirtieron en herramientas cotidianas para la acción colectiva. Este fenómeno demuestra el rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos de una manera ineludible. La militancia encontró en el entorno digital un nuevo territorio para expandir su alcance.

Antes de la era digital, la capacidad de instalar temas en la agenda pública y de convocar a la movilización estaba mayormente concentrada en los medios de comunicación tradicionales y en las estructuras partidarias o sindicales consolidadas. El activismo ciudadano dependía en gran medida de estos canales para lograr resonancia y articular sus demandas. Las redes sociales vinieron a descentralizar, al menos parcialmente, este poder comunicacional, ofreciendo a individuos y colectivos la posibilidad de generar sus propias narrativas y de interpelar directamente a la sociedad y a las instituciones. Esta transformación abrió nuevas vías para la expresión y la organización popular.

Un ejemplo paradigmático de esta nueva dinámica en Argentina es el movimiento “Ni Una Menos“, surgido en 2015 como una poderosa respuesta a la violencia femicida. La convocatoria inicial, que se viralizó a través de las redes sociales bajo el hashtag #NiUnaMenos, logró una masividad en las calles que marcó un antes y un después en la visibilización de la violencia de género en el país. Este hito demostró cómo la articulación entre el activismo digital y la presencia territorial podía generar un impacto social y político contundente. Fue una clara muestra de la potencia de estas herramientas.

De manera similar, los debates en torno a leyes trascendentales como la Interrupción Voluntaria del Embarazo encontraron en las plataformas digitales un campo fértil para la movilización de argumentos, testimonios y convocatorias tanto a favor como en contra. Colectivos feministas y organizaciones de derechos humanos utilizaron intensivamente las redes para informar, sensibilizar y organizar acciones que trascendieron el espacio virtual, nutriendo las masivas “mareas verdes” que acompañaron el proceso legislativo. La capacidad de coordinar y sostener la discusión pública online fue notable. Estos procesos evidenciaron una madurez en el uso militante de la tecnología.

Las causas ambientales también han encontrado en el activismo digital argentino un aliado estratégico para denunciar problemáticas y promover la conciencia ecológica. Movimientos contra el extractivismo, en defensa de los humedales o por la soberanía alimentaria, han utilizado las redes para difundir información científica, exponer los impactos de ciertas actividades productivas y convocar a manifestaciones o acciones directas. La viralización de imágenes y videos ha sido especialmente efectiva para sensibilizar a la población sobre daños ambientales que antes permanecían ocultos o ignorados. Esto ha permitido ejercer una mayor presión sobre las autoridades y las empresas involucradas.

Una de las ventajas iniciales más celebradas de esta modalidad de activismo fue su potencial democratizador, al permitir que voces tradicionalmente subrepresentadas o silenciadas en los medios hegemónicos pudieran encontrar un canal de expresión y alcanzar una audiencia significativa. Las redes ofrecieron, en principio, una plataforma donde cualquier persona con acceso a internet podía compartir su perspectiva, denunciar una injusticia o iniciar una conversación sobre temas de interés colectivo. Esta apertura inicial generó un gran entusiasmo sobre las posibilidades de una ciudadanía más activa y vigilante. Parecía abrirse un nuevo horizonte para la participación directa.

La velocidad con la que los mensajes y las convocatorias pueden propagarse a través de las redes sociales es otra característica que revolucionó las formas de protesta. Un llamado a la acción, una denuncia urgente o una consigna movilizadora pueden alcanzar a miles, e incluso millones, de personas en cuestión de horas, superando las limitaciones geográficas y temporales de los métodos tradicionales de difusión. Esta inmediatez permite respuestas rápidas ante hechos coyunturales y una capacidad de movilización que puede sorprender por su espontaneidad y magnitud. El rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos se ve así potenciado.

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Además, la capacidad de interpelar directamente a figuras de poder, ya sean funcionarios gubernamentales, representantes legislativos o directivos de empresas, es otra de las transformaciones que introdujo el activismo digital. A través de menciones, comentarios o campañas de etiquetado, la ciudadanía puede hacer llegar sus reclamos y cuestionamientos sin necesidad de intermediarios, generando una presión pública que en ocasiones obliga a dar respuestas o a tomar posición. Esta interacción directa, aunque a veces hostil, modificó la relación entre representantes y representados. Las figuras públicas ya no pueden ignorar tan fácilmente el clamor digital.

No obstante, esta aparente democratización y horizontalidad del espacio digital debe ser matizada por la creciente presencia de estrategias de manipulación y la actividad inorgánica coordinada. La irrupción de granjas de trolls o el uso de bots para instalar tendencias artificiales, difamar a activistas o generar confusión, representan un desafío significativo para la autenticidad de la protesta online. Estas tácticas, a menudo financiadas por actores con poder económico o político, buscan distorsionar el debate público y socavar la legitimidad de las causas populares. La disputa por la narrativa se vuelve así más compleja.

Resulta entonces evidente que las plataformas digitales han reconfigurado profundamente el rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos en Argentina, ofreciendo herramientas inéditas para la organización y la visibilización de reclamos. Desde el movimiento feminista hasta las luchas socioambientales, pasando por reclamos estudiantiles o de derechos humanos, el activismo ha sabido apropiarse de estos espacios para amplificar sus voces y construir poder colectivo. La creatividad en el uso de estos recursos ha sido una constante. El impacto de estas nuevas formas de militancia es innegable.

Los ejemplos mencionados, como Ni Una Menos o las movilizaciones en torno a debates legislativos cruciales, ilustran cómo la sinergia entre la acción digital y la presencia en las calles puede generar momentos de alta intensidad política y social. La capacidad de traducir la indignación o la adhesión virtual en cuerpos movilizados en el espacio público sigue siendo un factor determinante para la incidencia. Esta combinación estratégica parece ser uno de los aprendizajes clave del activismo argentino en la última década. La calle y la red se retroalimentan.

Sin embargo, junto con estas potencialidades, han surgido también interrogantes sobre los límites y alcances del activismo digital en Argentina, especialmente cuando se enfrenta a estructuras de poder consolidadas o cuando la participación se limita a gestos simbólicos en el entorno virtual. La pregunta sobre si ¿funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas de manera estructural? sigue abierta y requiere un análisis más profundo de su efectividad real, tema que abordaremos en las próximas secciones. Las victorias y los desafíos coexisten en este panorama.

Del Like a la Ley: ¿Cómo Medir la Efectividad del Ciberactivismo y su Impacto Real?

Una vez reconocida la capacidad movilizadora de las plataformas digitales, surge inevitablemente una pregunta compleja y a menudo elusiva: ¿cómo medir la efectividad del ciberactivismo en términos concretos y tangibles? Si bien un hashtag que se vuelve tendencia o una petición online que acumula miles de firmas generan un impacto mediático considerable, la traducción de esa efervescencia digital en cambios sociales, políticos o legislativos palpables no siempre es directa ni sencilla de cuantificar. Este interrogante se encuentra en el centro del debate sobre la verdadera potencia transformadora de la militancia en red. Evaluar estos procesos requiere ir más allá de las métricas superficiales de participación.

Es fundamental distinguir entre las métricas de vanidad, como el número de “likes”, visualizaciones, comentarios o veces que se comparte un contenido, y el impacto real del ciberactivismo. Las primeras pueden indicar el alcance o la popularidad de una campaña, pero no necesariamente reflejan una incidencia efectiva en la toma de decisiones o en la modificación de estructuras de poder. El verdadero desafío reside en identificar y analizar los resultados que trascienden la pantalla, aquellos que se manifiestan en nuevas leyes, en políticas públicas implementadas, en cambios culturales profundos o en la obtención de justicia para casos concretos. Esta distinción es clave para una evaluación rigurosa.

Existen diversas metodologías y enfoques que buscan abordar la evaluación del impacto de las campañas digitales, aunque ninguna es universalmente aplicable ni está exenta de limitaciones. Algunos estudios proponen analizar la capacidad de estas iniciativas para instalar temas en la agenda mediática tradicional y política, o para modificar la opinión pública respecto a determinadas problemáticas. Otros se enfocan en rastrear la influencia del activismo online en procesos legislativos específicos o en decisiones judiciales. La combinación de métodos cualitativos y cuantitativos suele ser la más recomendada.

Un aspecto crucial en la medición del impacto real del ciberactivismo es la consideración de los logros indirectos o intangibles, que a menudo son difíciles de capturar con indicadores puramente numéricos. Entre ellos se encuentran el fortalecimiento de redes de solidaridad y apoyo mutuo entre activistas, el aumento de la conciencia crítica en ciertos sectores de la población, o el empoderamiento de comunidades que encuentran en el espacio digital una voz y un lugar de pertenencia. Estos efectos, aunque no siempre se traduzcan inmediatamente en una ley, son vitales para la construcción de movimientos sociales a largo plazo. Son cambios subterráneos pero significativos.

El desafío de atribuir una causalidad directa entre una acción digital específica y un cambio social concreto es considerable, dado que los procesos de transformación son inherentemente multicausales y complejos. Rara vez una ley se sanciona o una política se modifica únicamente por la presión ejercida a través de las redes sociales; suelen confluir múltiples factores, incluyendo la movilización en las calles, el trabajo de incidencia de organizaciones de la sociedad civil, el contexto político y las disputas entre diversos actores de poder. Reconocer esta complejidad es esencial para evitar análisis simplistas sobre la efectividad del ciberactivismo.

La pregunta “¿funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas?” no admite, por lo tanto, una respuesta única ni definitiva. En algunos casos, la presión digital ha sido un componente visible y aparentemente decisivo para alcanzar ciertos objetivos, como la cancelación de proyectos considerados perjudiciales o la visibilización de injusticias que han llevado a la intervención de las autoridades. En otros, la actividad online parece diluirse sin generar consecuencias tangibles, lo que alimenta la crítica al slacktivismo actual. La efectividad parece depender de una multiplicidad de variables contextuales y estratégicas.

Para avanzar hacia una comprensión más ajustada de cómo medir la efectividad del ciberactivismo, es útil analizar casos de estudio específicos en el contexto argentino, examinando tanto los éxitos como los fracasos. Esto permitiría identificar qué estrategias digitales han resultado más conducentes para alcanzar objetivos concretos y en qué condiciones. Por ejemplo, el seguimiento de campañas que buscaron incidir en debates parlamentarios podría ofrecer pistas sobre los factores que facilitan o dificultan la traducción del click al cambio real. Este tipo de investigación empírica es fundamental.

Desde una perspectiva feminista y de género, la evaluación del impacto también debe considerar cómo el activismo digital ha contribuido a visibilizar y combatir las violencias machistas, a promover los derechos sexuales y reproductivos, o a cuestionar las normas de género hegemónicas. El impacto real del ciberactivismo en estos campos puede manifestarse no solo en cambios legales, sino también en transformaciones culturales, en la deconstrucción de estereotipos y en la creación de espacios seguros para mujeres y disidencias. Estos son logros que deben ser valorados en su justa medida.

Otro factor a considerar son los límites y alcances del activismo digital en Argentina impuestos por la brecha digital y la desigualdad en el acceso a la tecnología y a la conectividad. Si una parte significativa de la población queda excluida de estas plataformas, la representatividad y el alcance real de las movilizaciones online pueden verse limitados. Una evaluación completa de la efectividad debe tener en cuenta estas disparidades socioeconómicas y geográficas. No todas las voces tienen la misma posibilidad de resonar en el entorno digital.

Además, la sofisticación de las herramientas de análisis de datos disponibles para las grandes plataformas y para ciertos actores con poder económico o político, plantea interrogantes sobre quiénes tienen la capacidad de medir y, potencialmente, manipular las corrientes de opinión online. La transparencia en la recolección y uso de estos datos es un tema pendiente que afecta la comprensión cabal del escenario digital. La ciudadanía a menudo carece de acceso a esta información detallada. Esto dificulta una evaluación independiente y crítica.

La construcción de indicadores propios por parte de los movimientos sociales y las organizaciones activistas podría ser una estrategia para contrarrestar las métricas impuestas por las plataformas o los análisis sesgados. Definir qué significa el éxito en sus propios términos, identificar los cambios que se buscan a corto, mediano y largo plazo, y desarrollar herramientas para monitorear esos avances, son pasos necesarios para una autoevaluación rigurosa y para ajustar las estrategias de acción. Esto implica un proceso de reflexión y aprendizaje colectivo.

En consecuencia, abordar la medición del impacto real del ciberactivismo exige una mirada multidimensional, que combine el análisis de datos cuantitativos con la interpretación cualitativa de los procesos sociales y políticos. Supone reconocer la complejidad de las transformaciones, valorar tanto los resultados tangibles como los intangibles, y mantener una postura crítica frente a las narrativas triunfalistas o excesivamente pesimistas. Solo así podremos comenzar a entender la verdadera profundidad de la huella que la militancia digital está dejando en nuestra sociedad.

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La Cultura del Clicktivismo y la Sombra del Slacktivismo: Una Crítica Necesaria

El auge de la participación ciudadana a través de plataformas digitales ha traído consigo la consolidación de lo que se conoce como la cultura del clicktivismo. Este término alude a formas de activismo online que requieren un bajo umbral de compromiso, como firmar una petición en línea, compartir una publicación, utilizar un hashtag específico o cambiar una foto de perfil para adherir a una causa. Estas acciones, si bien pueden contribuir a la visibilidad de ciertas problemáticas, también han generado un intenso debate sobre su verdadera profundidad y su capacidad para impulsar transformaciones significativas. La facilidad de participación es, paradójicamente, tanto su fortaleza como su posible debilidad.

Estrechamente ligado al clicktivismo, emerge el concepto de “slacktivismo”, una palabra que combina “slacker” (vago, holgazán) con “activismo”, y que se utiliza de manera a menudo peyorativa. La crítica al slacktivismo actual se centra en la idea de que estas acciones de bajo costo y mínimo esfuerzo pueden generar en quienes las realizan una satisfacción superficial, una suerte de “sensación de haber hecho algo” sin que ello implique un compromiso real con la causa o la asunción de riesgos personales. Algunos autores sostienen que esta modalidad podría incluso desincentivar formas de participación más demandantes y sostenidas en el tiempo.

En este mismo orden de ideas, el fenómeno del activismo performativo en redes también merece una atención particular dentro de la discusión más amplia sobre el ciberactivismo. Se refiere a aquellas situaciones en las que la exteriorización de una postura política o el apoyo a una causa en el espacio digital parece tener como principal objetivo la construcción de una imagen personal o la búsqueda de aprobación social, más que la genuina intención de generar un cambio. La coherencia entre el discurso online y las prácticas cotidianas offline se vuelve entonces un punto central de cuestionamiento. La performance puede vaciar de contenido el gesto activista.

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La pregunta que subyace a estas discusiones es si estas formas de participación digital, a menudo efímeras y de baja intensidad, realmente contribuyen al camino del click al cambio real, o si, por el contrario, se quedan en un plano meramente simbólico. ¿Funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas cuando se limita a estas expresiones? La respuesta no es sencilla y admite múltiples matices, ya que incluso las acciones performativas o de bajo compromiso pueden tener efectos no deseados, como la sensibilización de nuevos públicos o la viralización de información relevante. El debate sigue abierto entre académicos y militantes.

Una de las principales preocupaciones asociadas a la cultura del clicktivismo es que pueda fomentar una comprensión superficial de problemáticas sociales complejas. La lógica de las redes sociales, que privilegia los mensajes breves, impactantes y a menudo emocionalmente cargados, no siempre es la más adecuada para el análisis profundo o el debate matizado que requieren muchos de los desafíos que enfrentamos como sociedad. La simplificación excesiva puede llevar a diagnósticos erróneos o a la promoción de soluciones ingenuas. Se corre el riesgo de banalizar las luchas.

Asimismo, la crítica al slacktivismo actual señala que la facilidad para adherir a una causa online podría generar una falsa sensación de movilización masiva o de consenso social sobre un tema, cuando en realidad el compromiso de una parte significativa de esos “adherentes” es mínimo o nulo. Esto podría llevar a errores de cálculo por parte de las organizaciones o movimientos sociales al evaluar su verdadera fuerza o capacidad de incidencia. La cantidad de “clicks” no siempre se traduce en poder real. Es necesario no confundir visibilidad con organización.

El activismo performativo en redes, por su parte, puede generar cinismo y desconfianza hacia el activismo en general, especialmente entre aquellos sectores de la población más escépticos o desafectos con la participación política. Cuando se percibe que ciertas posturas son adoptadas por moda o por conveniencia personal, y no por una convicción profunda, la credibilidad de las causas defendidas puede verse afectada. La autenticidad, como discutimos previamente, es un valor muy preciado en el entorno digital. La falta de ella puede ser corrosiva.

No obstante, es importante evitar una condena generalizada y simplista de todas las formas de participación online de bajo umbral. Para muchas personas, especialmente jóvenes o aquellas que se inician en la participación cívica, un “like”, un compartido o la firma de una petición pueden ser la puerta de entrada a un compromiso más profundo y sostenido con una causa. Estas acciones pueden actuar como catalizadores de un proceso de concientización y politización individual y colectiva. Desestimar este potencial sería un error.

Desde una perspectiva de izquierda y feminista, la crítica al slacktivismo actual también debe considerar cómo las dinámicas de clase y género pueden influir en las formas de participación disponibles o consideradas legítimas. No todas las personas tienen el mismo tiempo, los mismos recursos o la misma seguridad para involucrarse en acciones presenciales o de mayor riesgo. El activismo online, aun con sus limitaciones, puede ofrecer canales de expresión y participación a quienes enfrentan mayores barreras para la militancia tradicional. Es un espacio que puede ser más accesible para algunas.

Además, el activismo performativo en redes puede ser analizado no solo como una expresión de vanidad individual, sino también como un reflejo de las presiones sociales y culturales que existen en el entorno digital para posicionarse públicamente sobre determinados temas. La construcción de la identidad en línea a menudo pasa por la adhesión visible a ciertas causas o valores considerados progresistas. Comprender estas dinámicas requiere una mirada que contemple tanto las motivaciones individuales como los contextos socioculturales más amplios. Hay una dimensión social en la performance.

En el contexto argentino, donde la movilización social tiene una larga y rica tradición, el debate sobre la cultura del clicktivismo y sus efectos se presenta con particularidades propias. La articulación entre la vibrante actividad en redes y la persistente presencia en las calles es un rasgo distintivo de muchos movimientos locales. Esto sugiere que, en nuestro país, el activismo digital a menudo se concibe más como un complemento que como un sustituto de las formas de lucha territoriales. La experiencia local ofrece matices a la discusión global.

En última instancia, una crítica al slacktivismo actual que sea constructiva y no meramente descalificadora debería enfocarse en cómo transformar la energía y la visibilidad generadas online en organización concreta y en acciones con impacto real del ciberactivismo. El desafío para los movimientos sociales es encontrar estrategias que permitan canalizar el interés inicial despertado por un “click” hacia niveles de compromiso más profundos y transformadores. Se trata de construir puentes entre la participación efímera y la militancia sostenida.

Desafíos del Activismo Online para Generar Impacto: Barreras Digitales y Estrategias de Poder

Si bien el activismo online ha demostrado una notable capacidad para movilizar y visibilizar causas, su camino hacia la generación de un impacto tangible y sostenible está sembrado de múltiples y complejos obstáculos. Identificar y analizar estos desafíos del activismo online para generar impacto resulta fundamental para comprender sus verdaderas posibilidades y para diseñar estrategias más efectivas. No se trata de un terreno neutral ni exento de disputas, sino de un espacio donde también operan lógicas de poder y exclusión. Ignorar estas barreras sería pecar de un optimismo ingenuo.

Uno de los primeros desafíos estructurales que condicionan los límites y alcances del activismo digital en Argentina es la persistente brecha digital. El acceso desigual a la tecnología, a una conectividad de calidad y a las competencias digitales necesarias para una participación efectiva sigue siendo una realidad para amplios sectores de nuestra población, especialmente en contextos de vulnerabilidad socioeconómica o en regiones geográficamente aisladas. Esta disparidad implica que no todas las voces tienen la misma posibilidad de ser escuchadas ni de participar en el debate público online. La inclusión digital sigue siendo una tarea pendiente.

Otro factor que complejiza enormemente el escenario es la infodemia, esa sobreabundancia de información, a menudo contradictoria o directamente falsa, que circula por las redes y dificulta el discernimiento crítico. En este contexto de ruido informativo constante, los mensajes del activismo genuino pueden perderse, ser tergiversados o simplemente no llegar a sus destinatarios potenciales. La desinformación, propagada intencionalmente o por simple desconocimiento, se convierte así en un arma poderosa para neutralizar campañas o para sembrar confusión entre la ciudadanía. La disputa por la veracidad es una batalla cotidiana.

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Vinculado a lo anterior, la conformación de cámaras de eco y burbujas de filtro en las plataformas digitales representa otro de los grandes desafíos del activismo online para generar impacto más allá de los círculos de convencidos. Los algoritmos de las redes sociales tienden a mostrarnos contenidos que refuerzan nuestras propias creencias y a conectarnos con personas que piensan de manera similar, limitando la exposición a perspectivas diversas y dificultando el diálogo con quienes sostienen posturas diferentes. Romper estas burbujas y alcanzar nuevas audiencias es una tarea ardua pero necesaria. El mensaje debe trascender el propio nicho.

Un elemento disruptivo y profundamente problemático en el ecosistema digital argentino y regional es la proliferación de las denominadas “granjas de trolls” y la actividad coordinada de cuentas inorgánicas. Estas operaciones, a menudo financiadas por actores con intereses políticos o económicos específicos, se dedican a generar tendencias artificiales, a difundir narrativas sesgadas, a atacar y desacreditar a activistas o a simular un falso consenso o rechazo social sobre determinados temas. Su objetivo es manipular la opinión pública y el debate online.

Estas granjas de bots han demostrado ser una herramienta recurrente en campañas electorales, no solo en Argentina sino en diversas partes del mundo, buscando inflar la popularidad de ciertos candidatos, esparcir rumores sobre sus oponentes o simplemente enturbiar la conversación política. Su utilización también se extiende a la simulación de “ciberactivismo” o, más precisamente, al “astroturfing”, que consiste en crear la ilusión de un movimiento popular espontáneo cuando en realidad responde a intereses particulares. Esto mina la credibilidad del activismo auténtico y confunde a la ciudadanía. La autenticidad de las voces se pone en jaque.

El impacto real del ciberactivismo se ve severamente afectado por estas prácticas, ya que las voces genuinas de los movimientos sociales deben competir por la atención y la legitimidad contra ejércitos de perfiles falsos que operan de manera coordinada y con abundantes recursos. Detectar y neutralizar estas operaciones es técnicamente complejo y requiere un esfuerzo constante por parte de las plataformas, los investigadores y la sociedad civil organizada. La falta de transparencia sobre el origen y financiamiento de estas redes de manipulación agrava el problema. Es una lucha desigual por la visibilidad.

Además de estas estrategias de desinformación y manipulación, el activismo online también enfrenta formas más directas de represión digital y vigilancia. El ciberacoso sistemático, las amenazas, la difusión no consentida de información personal (doxing) o el espionaje digital son herramientas utilizadas para intimidar y silenciar a activistas, especialmente a mujeres, personas LGBTIQ+ y defensoras de derechos humanos, quienes suelen ser blanco preferencial de estos ataques. Esta violencia digital tiene efectos muy concretos en la participación.

La vigilancia estatal o paraestatal sobre las comunicaciones online y las actividades de los movimientos sociales también constituye uno de los límites y alcances del activismo digital en Argentina que no puede ser subestimado. El temor a ser monitoreado o a sufrir represalias por la actividad en línea puede generar autocensura y limitar la libertad de expresión, afectando la capacidad de organización y denuncia. La protección de la privacidad y la seguridad digital se convierten así en necesidades imperantes para quienes participan en el activismo online. La seguridad es una condición para la militancia.

Frente a estructuras de poder consolidadas, que disponen de ingentes recursos económicos, mediáticos y, en ocasiones, coercitivos, el activismo digital, por sí solo, a menudo encuentra dificultades para generar cambios estructurales. Si bien puede lograr victorias parciales o instalar temas en la agenda, la transformación de relaciones de poder profundamente arraigadas requiere estrategias que vayan más allá de la esfera virtual y que se articulen con otras formas de lucha y organización social. La mera presencia online no garantiza la incidencia política efectiva.

Estos desafíos del activismo online para generar impacto no buscan sembrar el desánimo, sino, por el contrario, promover una comprensión más realista y estratégica de las herramientas digitales. Reconocer las barreras existentes, desde las brechas de acceso hasta las operaciones de manipulación y represión, es el primer paso para desarrollar tácticas más resilientes y efectivas. La creatividad y la capacidad de adaptación de los movimientos sociales serán claves para sortear estos obstáculos. El ingenio popular siempre encuentra caminos.

Pensar en la efectividad del activismo digital en 2025 implica, necesariamente, considerar cómo evolucionarán estos desafíos y qué nuevas estrategias surgirán para enfrentarlos. La alfabetización digital crítica, la promoción de un ecosistema mediático más diverso y plural, y la defensa de un internet libre y seguro se presentan como tareas fundamentales para fortalecer el potencial transformador del activismo en red. La disputa por un entorno digital más democrático es parte integral de las luchas actuales.

Conexiones que Transforman: Cuando el Activismo Digital Se Articula con la Acción en las Calles

Frente a los numerosos desafíos y las críticas que a menudo se dirigen hacia las formas de participación online más superficiales, emerge con claridad una estrategia que ha demostrado potenciar significativamente la capacidad de incidencia del activismo: la articulación sinérgica entre las herramientas digitales y la movilización territorial. La experiencia argentina reciente ofrece múltiples ejemplos de cómo esta combinación puede ser la clave para traducir la efervescencia virtual en transformaciones concretas. Cuando el “click” se encuentra con el cuerpo presente en la calle, su fuerza se multiplica exponencialmente. Este modelo híbrido parece ofrecer una respuesta a muchos de los dilemas planteados anteriormente.

La verdadera potencia del activismo digital se manifiesta, entonces, no como un fin en sí mismo, sino como un poderoso catalizador y organizador de la acción colectiva en el espacio público físico. Las redes sociales pueden servir como plataformas invaluables para la difusión de convocatorias, la coordinación logística de manifestaciones, la socialización de información relevante y la construcción de narrativas compartidas que luego se encarnan en las protestas. Es en esta complementariedad donde reside gran parte de su efectividad. La consigna que circula online cobra un nuevo significado cuando se grita en una plaza.

Un ejemplo contundente de esta sinergia en Argentina lo encontramos en las masivas movilizaciones feministas de los últimos años, como las que acompañaron el debate por la legalización del aborto o las marchas de “Ni Una Menos”. Si bien la viralización de consignas y la organización de debates se gestaron en gran medida en el entorno digital, fue la imponente presencia de cientos de miles de personas en las calles de todo el país lo que ejerció una presión política inocultable sobre los poderes del Estado. La “marea verde” inundó tanto las redes como el asfalto.

De manera similar, diversas luchas socioambientales en nuestro país han sabido combinar la denuncia y la sensibilización a través de plataformas digitales con acciones directas en los territorios afectados, como asambleas ciudadanas, cortes de ruta o acampes frente a emprendimientos contaminantes. La difusión de imágenes satelitales, informes técnicos o testimonios de pobladores locales a través de internet ha sido crucial para visibilizar problemáticas y sumar adhesiones, que luego se traducen en cuerpos que defienden sus ecosistemas. La defensa del territorio se organiza en red y se manifiesta en el lugar. Esto demuestra que sí funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas cuando se integra con estrategias territoriales.

El camino del click al cambio real se allana considerablemente cuando las herramientas digitales se utilizan para fortalecer la organización de base y la construcción de lazos comunitarios. Las redes pueden facilitar la creación de grupos de afinidad, la coordinación de asambleas barriales, la gestión de recursos para la movilización o la difusión de talleres de formación política. De esta manera, el activismo online trasciende la mera expresión individual para convertirse en un instrumento al servicio de la acción colectiva organizada y con anclaje territorial. La tecnología se pone al servicio del encuentro.

Esta articulación virtuosa permite superar una de las principales limitaciones de la crítica al slacktivismo actual, que es la falta de compromiso corporal y la ausencia de una confrontación directa con las estructuras de poder en el espacio físico. Cuando la participación digital se complementa con la presencia en la calle, el riesgo personal y el costo de la acción aumentan, pero también lo hace la potencialidad de generar un impacto real del ciberactivismo. La interpelación a quienes toman decisiones se vuelve mucho más contundente. Los cuerpos en la calle tienen un peso político insustituible.

El rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos se resignifica así, pasando de ser un mero canal de difusión a una herramienta estratégica para la planificación y ejecución de acciones de protesta más amplias y complejas. La capacidad de convocar en tiempo real, de coordinar desplazamientos, de transmitir en vivo desde el lugar de los hechos o de denunciar situaciones de represión policial, son funcionalidades que las organizaciones sociales han sabido aprovechar con inteligencia. La tecnología se vuelve un aliado táctico para la movilización.

No obstante, es fundamental reconocer el desafío que implica evitar que la dinámica vertiginosa y a menudo efímera del entorno digital termine por fagocitar o reemplazar la construcción política paciente y a largo plazo que se requiere en los territorios y en los espacios de base. La organización comunitaria, la formación de cuadros militantes y el trabajo cotidiano en los barrios no pueden ser sustituidos por la actividad online, por más masiva que esta sea. El activismo digital debe ser un complemento y no un sustituto de estas prácticas. La construcción de poder popular requiere tiempo y presencia.

Desde una perspectiva de izquierda, la valoración de esta sinergia entre lo online y lo offline es crucial, ya que permite conectar las herramientas tecnológicas con la tradición de lucha popular y organización territorial que caracteriza a muchos movimientos sociales en Argentina y América Latina. Se trata de incorporar las nuevas posibilidades que ofrece el entorno digital sin renunciar a las formas de acción directa y de construcción de poder desde abajo que han demostrado ser efectivas a lo largo de la historia. Es una síntesis entre tradición y novedad.

La efectividad de esta articulación también depende de la capacidad de los movimientos para desarrollar estrategias de comunicación que sean inclusivas y que logren interpelar a sectores que van más allá de sus propias bases de apoyo. Las narrativas construidas en red deben ser capaces de generar empatía y de movilizar a ciudadanías más amplias, trascendiendo las consignas autorreferenciales o los códigos internos de cada colectivo. La disputa por el sentido común es una batalla que se libra tanto online como offline. La transversalidad del mensaje es clave.

En este sentido, las experiencias de colaboración entre diferentes movimientos sociales, que utilizan las plataformas digitales para coordinar agendas comunes y acciones conjuntas, resultan especialmente prometedoras. La unidad en la diversidad, articulada a través de redes y manifestada en las calles, puede multiplicar la fuerza de los reclamos y aumentar su capacidad de incidencia política. La construcción de frentes amplios se ve facilitada por estas herramientas de comunicación. La solidaridad se teje también en red.

En definitiva, la clave para que el activismo digital trascienda la mera expresión y se convierta en una fuerza transformadora parece residir en su capacidad para nutrir y ser nutrido por la acción colectiva en el mundo físico. El camino del click al cambio real es aquel que integra la potencia comunicacional de las redes con la contundencia de los cuerpos organizados y movilizados en el espacio público. Es en esa confluencia donde la esperanza de un cambio profundo cobra su mayor veracidad.

Proyectando el 2025: Horizontes y Estrategias para la Efectividad del Activismo Digital

Al situarnos en este presente de mediados de 2025, la tarea de proyectar los horizontes del activismo digital en Argentina implica una mirada atenta a las tendencias emergentes y a los desafíos que se perfilan con mayor nitidez. La efectividad del activismo digital en 2025 no dependerá únicamente de la masividad de las convocatorias online, sino de la capacidad de los movimientos sociales para adaptarse a un ecosistema tecnológico en permanente mutación y para desarrollar estrategias cada vez más sofisticadas. La innovación constante se vuelve una condición necesaria para la incidencia. El ingenio colectivo deberá seguir buscando nuevas formas de expresión.

Una de las tendencias que ya se observa con claridad es la continua evolución de las plataformas digitales y la aparición de nuevos espacios de interacción que pueden ser apropiados por el activismo. Las lógicas algorítmicas que gobiernan la visibilidad del contenido en las redes sociales más consolidadas seguirán siendo un campo de disputa, obligando a los colectivos a experimentar con formatos y narrativas que logren sortear los filtros y alcanzar audiencias amplias. La diversificación de canales y la adaptación a las especificidades de cada plataforma serán habilidades cruciales. La creatividad para comunicar será siempre un diferencial.

El avance de la inteligencia artificial (IA) presenta tanto oportunidades como riesgos significativos para el futuro cercano del activismo digital. Por un lado, la IA podría ser utilizada para el análisis de grandes volúmenes de datos con el fin de identificar patrones de injusticia, para optimizar campañas de sensibilización o incluso para la creación de contenidos audiovisuales impactantes con recursos limitados. Por otro lado, la proliferación de “deepfakes” y la generación de desinformación automatizada a gran escala representan una amenaza formidable para la veracidad del debate público. La IA es una herramienta de doble filo.

Esta tensión entre las potencialidades de la tecnología y su uso para la manipulación se manifiesta en lo que podríamos denominar una “carrera armamentista” digital. Mientras los movimientos sociales buscan formas innovadoras de utilizar las herramientas disponibles, actores con intereses contrarios desarrollan tácticas cada vez más sofisticadas para neutralizar, confundir o desacreditar las causas populares, incluyendo el uso de bots con capacidades mejoradas por la IA. La efectividad del activismo digital en 2025 estará en parte definida por la capacidad de anticipar y contrarrestar estas estrategias. La astucia será fundamental para esta contienda.

En este contexto, la necesidad de desarrollar narrativas más complejas, convocantes y capaces de superar la polarización extrema se vuelve un imperativo para el activismo que busca un impacto real del ciberactivismo. Frente a la simplificación y la confrontación que a menudo dominan el debate en redes, la construcción de mensajes que apelen a la empatía, que reconozcan la diversidad de experiencias y que propongan horizontes de futuro deseables para amplias mayorías puede ser una estrategia efectiva. Se trata de disputar el sentido común con inteligencia y sensibilidad. El relato debe convocar a la acción.

Otro eje fundamental para garantizar la efectividad del activismo digital en 2025 y más allá, se relaciona con la sostenibilidad de los propios movimientos y el cuidado de quienes los integran. El “burnout” o agotamiento militante, exacerbado por la exposición constante, la velocidad de las redes y el ciberacoso, es un problema creciente que requiere atención y estrategias de autocuidado individual y colectivo. La salud mental de lxs activistas es una condición para la continuidad de las luchas. Las redes de contención son imprescindibles.

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La seguridad digital integral también se consolidará como un aspecto crítico para la protección de activistas y organizaciones frente a la vigilancia, la censura o el robo de información sensible. La formación en el uso de herramientas de encriptación, la promoción de prácticas de navegación segura y la conciencia sobre los riesgos de la exposición online serán competencias indispensables. A medida que la represión digital se sofistica, también deben hacerlo las medidas de protección. La libertad en línea requiere resguardos permanentes.

La cuestión del financiamiento de los movimientos sociales y las iniciativas de activismo digital seguirá siendo un desafío central. La dependencia de recursos escasos o la competencia por fondos limitados pueden afectar la capacidad de planificación a largo plazo y la profesionalización de ciertas tareas necesarias para la incidencia. Explorar modelos de financiamiento colectivo, alianzas estratégicas o el desarrollo de proyectos autosustentables serán caminos a profundizar. La autonomía económica es un pilar de la autonomía política.

La formación continua en competencias digitales críticas para la militancia es otra estrategia clave. Esto incluye no solo el manejo técnico de las herramientas, sino también la capacidad de análisis crítico de la información, la comprensión de las lógicas algorítmicas, la producción de contenidos efectivos y la habilidad para diseñar campañas integrales que articulen lo online con lo offline. La profesionalización del activismo digital, entendida como la adquisición de saberes estratégicos, puede potenciar su impacto. El conocimiento es una herramienta de lucha.

En relación con cómo medir la efectividad del ciberactivismo en este futuro cercano, será necesario continuar desarrollando y refinando metodologías que se adapten a las nuevas herramientas y a los desafíos emergentes. Esto podría incluir el análisis del impacto de campañas que utilizan IA, la medición de la resiliencia de las comunidades online frente a ataques de desinformación, o la evaluación de la capacidad de los movimientos para generar cambios narrativos a largo plazo. La evaluación debe ser un proceso dinámico y adaptativo.

Los desafíos del activismo online para generar impacto que hemos analizado previamente, como la brecha digital, la infodemia o la actividad de los bots, probablemente persistirán y podrían incluso intensificarse. Esto requerirá que el activismo argentino redoble sus esfuerzos en la construcción de alianzas multisectoriales, en la promoción de la alfabetización mediática e informacional de la ciudadanía y en la exigencia de regulaciones democráticas de las plataformas digitales. La lucha por un ecosistema digital más justo es inseparable de las causas que se defienden.

En definitiva, la efectividad del activismo digital en 2025 en Argentina y el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido? dependerán de una combinación de adaptabilidad tecnológica, inteligencia estratégica, cuidado de las personas y una profunda conexión con las luchas y aspiraciones populares. No hay recetas mágicas, sino un camino de experimentación, aprendizaje y construcción colectiva constante. La esperanza reside en la capacidad de reinventar la acción política en cada nuevo contexto.

El Futuro del Activismo en Argentina: ¿Online, Offline o una Fusión Estratégica Indisoluble?

Al reflexionar sobre el camino a seguir y las lecciones aprendidas durante estos años de intensa actividad digital, la pregunta sobre el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido? en Argentina adquiere una centralidad ineludible. Las experiencias recientes, con sus éxitos resonantes y también con sus frustraciones, parecen indicar que la respuesta no se encuentra en los extremos de esta aparente dicotomía. La demonización de las herramientas digitales resulta tan improductiva como la fe ciega en su omnipotencia. Un camino superador parece vislumbrarse con claridad.

La evidencia acumulada sugiere fuertemente que el modelo más prometedor y con mayor potencial para generar un impacto real del ciberactivismo es aquel que logra una fusión estratégica e indisoluble entre las acciones en el entorno virtual y la organización territorial sostenida en el tiempo. No se trata de elegir entre la red y la calle, sino de articular ambas esferas de manera inteligente y creativa, aprovechando las fortalezas específicas de cada una. Esta integración parece ser la clave para superar los límites y alcances del activismo digital en Argentina cuando este opera de forma aislada. Es en la sinergia donde reside la potencia.

Un activismo verdaderamente transformador para la Argentina de hoy y del mañana necesita de las herramientas digitales para la difusión veloz de información, para la convocatoria amplia y para la construcción de narrativas contrahegemónicas que disputen el sentido común. Las redes permiten alcanzar a públicos diversos, coordinar acciones con agilidad y visibilizar problemáticas que de otro modo permanecerían ocultas. Negar este potencial sería un error estratégico para cualquier movimiento que aspire a la masividad y a la incidencia. La comunicación digital es una herramienta política de primer orden.

Sin embargo, esta presencia online debe estar profundamente anclada en la organización popular, en el trabajo de base en los barrios, en las universidades, en los lugares de trabajo y en cada espacio donde se desarrolla la vida social. La construcción de lazos de confianza, la formación política de la militancia y la deliberación colectiva cara a cara son procesos que difícilmente pueden ser reemplazados por la interacción virtual. El camino del click al cambio real se materializa cuando la energía digital nutre y es nutrida por estas prácticas territoriales. La organización es la columna vertebral.

La importancia de la formación política integral adquiere, en este contexto, una relevancia aún mayor. No basta con saber utilizar las herramientas digitales; es preciso comprender las dinámicas de poder que operan en el entorno virtual, desarrollar un pensamiento crítico frente a la información que circula y tener claridad sobre los objetivos estratégicos del movimiento. La militancia del siglo XXI necesita tanto de saberes tecnológicos como de una sólida formación teórica y política. El conocimiento profundo es la base de la acción efectiva.

Asimismo, la construcción de alianzas amplias y multisectoriales, que trasciendan las afinidades ideológicas más inmediatas, se presenta como una necesidad para enfrentar desafíos complejos que requieren una gran acumulación de fuerza social. Las plataformas digitales pueden facilitar el contacto y la coordinación inicial entre diversos actores y movimientos, pero la consolidación de estas alianzas requiere de un trabajo político paciente, de diálogo y de construcción de consensos en espacios compartidos, tanto online como offline. La unidad en la diversidad es una meta estratégica.

La disputa por el sentido, por las narrativas que explican nuestra realidad y que proyectan futuros posibles, se libra en múltiples espacios de manera simultánea y no únicamente en las redes sociales. Si bien estas últimas son un terreno crucial de esta batalla cultural, también lo son los medios de comunicación tradicionales, las instituciones educativas, las expresiones artísticas y las conversaciones cotidianas. Una estrategia de activismo integral debe contemplar la intervención en todos estos ámbitos. La hegemonía se construye en la totalidad social.

Un aspecto fundamental para el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido? en Argentina se vincula con la promoción de una educación digital crítica para el conjunto de la ciudadanía. Es imperioso que las personas puedan desarrollar las competencias necesarias para discernir la información veraz de la desinformación, para proteger su privacidad y seguridad en línea, y para participar de manera consciente y efectiva en el debate público digital. Una ciudadanía digitalmente alfabetizada es menos susceptible a la manipulación y más capaz de ejercer sus derechos. Esta es una tarea educativa y política.

Esto implica también la necesidad de abogar por políticas públicas que garanticen el acceso universal a internet y a dispositivos tecnológicos, así como la promoción de un ecosistema digital más diverso, plural y democrático, menos concentrado en pocas corporaciones tecnológicas globales. La soberanía tecnológica y la defensa de los derechos digitales son banderas que el activismo argentino debe levantar con fuerza. La infraestructura digital no es neutral. La efectividad del activismo digital en 2025 depende también de estas condiciones estructurales.

El desafío para los movimientos sociales argentinos de cara a los próximos años será, entonces, profundizar este modelo de activismo híbrido, innovando constantemente en el uso de las herramientas digitales sin descuidar jamás la construcción política territorial y la formación de sus integrantes. Se trata de cultivar una militancia que sea tecnológicamente hábil, políticamente lúcida y humanamente sensible. La creatividad popular deberá seguir encontrando las formas de articular estas dimensiones. El equilibrio es dinámico y requiere adaptación constante.

Las experiencias de los últimos años han demostrado que cuando se logra esta fusión estratégica, el activismo argentino es capaz de generar movilizaciones masivas, de instalar temas en la agenda pública y de conquistar derechos. Los ejemplos de las luchas feministas, socioambientales o de derechos humanos son una prueba elocuente de esta potencia. El aprendizaje colectivo de estos procesos es un capital invaluable para el futuro. La memoria de las luchas nutre las acciones presentes.

En consecuencia, el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido? en Argentina no parece admitir dudas: la integración es el camino. Una fusión estratégica indisoluble que sepa combinar la agilidad y el alcance del mundo digital con la solidez y la profundidad de la organización territorial, es la apuesta más prometedora para quienes aspiran a construir una sociedad más justa, libre e igualitaria. La esperanza se teje en red y se camina en las calles.

Tejiendo el Mañana: De la Pantalla a la Transformación Social en Argentina

El análisis detallado de las múltiples facetas del Activismo 2.0 en la Argentina de este 2025 nos devuelve una imagen compleja, llena de potencialidades y también de significativos desafíos. Las herramientas digitales han reconfigurado, sin lugar a dudas, el paisaje de la participación ciudadana y la militancia social en nuestro país. La capacidad de convocar, de difundir información y de construir narrativas alternativas ha encontrado en el entorno virtual un aliado de una potencia inédita. Las voces que antes luchaban por un espacio hoy pueden resonar con una fuerza sorprendente.

Hemos transitado desde el reconocimiento de la efervescencia inicial que generaron las redes como espacios de aparente democratización del debate, hasta la necesaria crítica al slacktivismo actual y a las formas de participación más superficiales. Se ha puesto de manifiesto que la mera actividad online, el simple “click”, no garantiza por sí misma la transformación de estructuras sociales profundamente arraigadas. La tensión entre la visibilidad digital y la concreción de cambios tangibles ha sido un eje central de nuestra indagación. El camino del click al cambio real es arduo.

La pregunta sobre si ¿funciona el activismo en redes sociales para cambiar las cosas? encuentra respuestas matizadas a lo largo de estas páginas. Hemos visto cómo, en determinadas circunstancias y bajo ciertas estrategias, la respuesta puede ser afirmativa, especialmente cuando la acción digital se articula con la movilización territorial y la organización de base. No obstante, también hemos explorado los límites y alcances del activismo digital en Argentina, condicionados por brechas de acceso, por la infodemia y por estrategias de manipulación como las granjas de bots.

El impacto real del ciberactivismo no puede medirse únicamente en términos de “likes” o tendencias virales, sino que debe evaluarse en función de su capacidad para incidir en políticas públicas, para promover cambios culturales duraderos y para fortalecer el tejido social. La tarea de cómo medir la efectividad del ciberactivismo sigue siendo un desafío metodológico y conceptual que requiere enfoques multidimensionales y críticos. Es una labor que exige ir más allá de las apariencias. La profundidad de los cambios es lo que verdaderamente cuenta.

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Los desafíos del activismo online para generar impacto, desde la represión digital hasta el activismo performativo en redes, nos obligan a mantener una mirada alerta y a no caer en un tecno-optimismo ingenuo. Las herramientas digitales son un campo en disputa, donde también operan lógicas de poder que buscan neutralizar las demandas populares. La conciencia sobre estos obstáculos es el primer paso para poder sortearlos con inteligencia y creatividad. La ingenuidad puede costar cara en estos terrenos.

La reflexión sobre el futuro del activismo: ¿online, offline o híbrido? nos conduce a una conclusión bastante clara: la fusión estratégica e indisoluble de ambas esferas parece ser el camino más fértil y prometedor. La energía y el alcance del mundo digital deben nutrir y ser nutridos por la organización territorial, la formación política y la construcción de lazos comunitarios sólidos. Es en esa sinergia donde reside la mayor esperanza de transformación. La complementariedad es la clave del éxito.

La efectividad del activismo digital en 2025 y en los años venideros dependerá, en gran medida, de la capacidad de los movimientos sociales argentinos para innovar en sus estrategias, para cuidar a sus integrantes y para construir alianzas amplias y plurales. La formación en competencias digitales críticas y la promoción de una cultura de seguridad y privacidad en línea serán aspectos fundamentales. La preparación y la estrategia son vitales para la acción. El compromiso debe ser sostenible.

Desde una perspectiva de izquierda, feminista, de género e inclusiva, el activismo digital debe seguir siendo una herramienta para visibilizar las injusticias, para amplificar las voces de los sectores históricamente oprimidos y para disputar el sentido común hegemónico. La lucha por una sociedad más justa e igualitaria se libra también en el terreno de las narrativas y las representaciones. El rol de las redes sociales en los movimientos sociales contemporáneos debe ser constantemente repensado desde estos prismas. La equidad debe ser el horizonte.

Este recorrido nos deja con la convicción de que, a pesar de todas las dificultades y contradicciones, la participación ciudadana, en sus múltiples formas, sigue siendo el motor fundamental de las transformaciones sociales. La agencia colectiva, la capacidad de las personas para organizarse y luchar por sus derechos y aspiraciones, no puede ser subestimada. La esperanza reside en esa potencia popular. La ciudadanía activa es la constructora del mañana.

La tarea que tenemos por delante como sociedad es la de fomentar un entorno digital que sea verdaderamente democrático, inclusivo y seguro para todas las personas. Esto implica no solo el desarrollo de habilidades individuales, sino también la exigencia de políticas públicas que regulen el poder de las grandes corporaciones tecnológicas y que protejan los derechos humanos en el espacio virtual. Es una responsabilidad compartida. La defensa de un internet libre es una causa urgente.

Que este análisis sirva como un humilde aporte para la reflexión y para la acción de quienes cotidianamente, desde distintos lugares y con diversas herramientas, buscan construir un país y un mundo donde la justicia social, la igualdad y la dignidad sean una realidad palpable para todxs. La cultura del clicktivismo puede y debe evolucionar hacia formas de compromiso más profundas. La invitación es a ser protagonistas de ese cambio. La historia la escriben los pueblos organizados.

El activismo, en todas sus expresiones, es una manifestación de la vitalidad de una sociedad que se niega a la resignación y que apuesta por la construcción de futuros mejores. Las herramientas pueden cambiar, los desafíos pueden mutar, pero la voluntad de transformación permanece como una fuerza indomable. Que esa fuerza nos siga impulsando. La utopía sigue siendo nuestra guía.

Autor

  • Esme Wegner

    Periodista cultural y escritora con un enfoque en las intersecciones entre la literatura, el cine y la sociedad. Esmé se dedica a analizar cómo las narrativas culturales reflejan y afectan las dinámicas sociales, explorando temas de identidad, memoria y transformación. Su estilo combina el análisis crítico con una prosa evocadora, invitando a los lectores a una reflexión profunda.

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