El falocentrismo en «Sex and the City»
Mi compañera de piso y yo tenemos un dicho «basura de la buena». Cuando somos conscientes de que algo es malo, y el valor intelectual es mucho menor al de los documentales políticos y los dramas extranjeros que traspasan todos los límites, y, que deberíamos estar viendo, lo etiquetamos como «basura de la buena». Basándonos en esta premisa hemos sentenciado a muchos programas de televisión: «Real Housewives of Beverly Hills» (sin juzgar), «Five guys a week» (si no la han visto, no la dejen de ver), y posiblemente todo lo que hay en Disney+.
Sex and the City y And just like that.
El último sentenciado a colarse en la prisión de la «basura de la buena» ha sido «Sex and the City», un programa icónico al que han revivido bajo el título de «And Just Like That» en HBO. Es como si todas nos hubiéramos transportado hasta el 2002 (cosa que, para que quede claro, no me importaría demasiado ya que el 2002 fue un año bastante bueno para mí, tenía cuatro años y no tenía idea de lo que era tener deudas).
Sin embargo, cuando traes del pasado una serie especialmente pomposa y exitosa, también traes ciertas cosas que ya no están tan a la altura del contexto actual en el que vivimos.
Cuando se trata de Sex and the City, existen tantos detractores como defensores. Hemos vuelto a ver la serie, para refrescar la memoria, y de momento, la serie está asolada de problemas que los mismos guionistas podrían resolver si lo desearan como por ejemplo, la falta absoluta de representación que no sea cis-hetero patriarcal o personas blancas.
Los defensores de la serie dicen que Sex and the City es meramente una fantasía, y que por ello, todo es irreal a propósito. Podría llegar a estar de acuerdo con ellos. Sí, cualquier experiencia que no sea increíblemente blanca, de clase media-alta y privilegiada podría considerarse problemático en la sociedad actual.
Sin embargo, por definición, la serie es superficial y frívola. No está hecha para rellenar el hueco en la grilla televisiva que dejó The Wire. En realidad, no sería justo, ni siquiera, esperar eso de Sex and the City porque no es lo que tenían en mente sus creadores desde un principio. Si buscan un realismo más crudo, la serie a ver es, definitivamente, The Wire.
Sex and the city y una realidad que no es la de todos.
La cantidad de ingresos para despilfarrar que disponen Carrie y sus amigas es inviable. Es suficiente como para darse el gusto de comprar un bolso de Manolo Blahnik de $400 dólares mientras viven solas y sin parejas en una de las ciudades más caras del mundo. Todo esto carece de sentido, incluso, teniendo lugar en los años noventa.
La única forma de que pudieran disponer de semejantes sumas de dinero para gastar sería que sus respectivas familias pertenecieran a la oligarquía rusa. (Alerta de spoiler) Sin embargo, no lo son. De hecho, en varios momentos de la serie, Carrie llega a quedarse sin dinero. No obstante, en lugar de comprar solo lo necesario para sobrevivir y pasar las noches en casa leyendo un libro, como una persona común y corriente, Carrie sólo intenta –sin éxito– dejar de comprar, noche tras noche, cócteles que rondan los cuarenta dólares en los restaurantes más caros y exclusivos de la ciudad. Entretanto, sus adversidades financieras desaparecen, como por arte de magia, al terminar el episodio. Interesante, ¿no?.
Por más indiscutible que pueda parecer la afirmación «No se puede esperar que Sex and the City trate sobre problemas que la protagonista no pueda superar», al final cae por su propio peso. Concretamente cuando se trata del héroe epónimo, el sexo. El gran éxito de HBO es una fantasía, sin dudas, y como tal, es de esperar la representación tan inverosímil y perfecta que se le da al sexo, como al resto de los elementos de la serie. No obstante, es la representación del sexo dentro de la serie lo que realmente incomoda.
Falso empoderamiento
A pesar del empoderamiento sexual tan profesado de Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte, hay demasiadas ocasiones en las que sus aventuras sexuales resultan ser más problemáticas que empoderadoras. En muchos momentos de la serie, las protagonistas son presionadas a atenerse a los apetitos románticos y sexuales de los hombres.
En un capítulo de la segunda temporada, a Charlotte la obligan a practicar sexo oral. El tipo en cuestión le insinúa que si ella no accede a practicar sexo oral, es sólo cuestión de tiempo para que la engañe con otra mujer. Al mismo tiempo, el tipo no deja de empujar la cabeza de Charlotte hacia su entrepierna; y a pesar de que ella rompe con él por esta misma razón, en la serie nunca se condena este comportamiento.
Además, también en la segunda temporada, a Charlotte la fuerzan a participar en un trío del que ella no quiere formar parte con la excusa de que «todo el mundo lo hace». Al final, cuando ella accede, el tipo la deja sin ningún tipo de remordimiento. También en la segunda temporada, a Charlotte la presionan a tener sexo anal. Aunque esta vez no es ningún hombre quien la presiona, sino una de sus mejores amigas, Samantha, quien le advierte que es muy probable que pierda a su pareja si no cede ante los deseos de él.
A pesar de esto, la esencia de Samantha es que ella no sucumbe a los deseos de ningún hombre.
No es sólo Charlotte a quien los hombres le arruinan y manipulan sus experiencias sexuales. A Carrie siempre la rechaza un hombre del cual, lo mejor que podría decirse, es que es anticuado, y lo peor, que es alguien misógino y superficial, el «Señor Big». A pesar de los defectos tan obvios de él, ella lo persigue ciegamente durante seis temporadas hasta el capítulo final de la serie, donde finalmente lo «consigue» y él le regala el vestidor que ella siempre quiso.
Aunque los escritores claramente concibieron un «y fueron felices y comieron perdices» como final (cosa que les encantó a los fans de la serie), este final no es compatible con la idea de independencia femenina que profesa la serie. No cumple con el mensaje de que el sexo no algo por lo que las mujeres deban someterse.
De hecho, parece que la serie sugiere que la idea de la sexualidad femenina, aquella propia de mujeres independientes que consiguen lo que quieren de los hombres, es, en su núcleo, una fantasía. El final de la serie apunta hacia la naturaleza poco realista de la sexualidad femenina, como si fuera algo que no pudiera existir nunca. El final sugiere que lo único verdaderamente real es el amor de un hombre rico y profundamente desagradable.
No es la representación femenina de la serie a lo que me opongo. Por el contrario, es a la representación masculina. A pesar de la postura feminista de la serie, se debe tener en cuenta el núcleo falocéntrico que posee. Parafraseando a Miranda, ¿Es que cuatro mujeres inteligentes no pueden hablar de otra cosa que no sea de hombres? Especialmente de hombres tan horrorosos como misóginos.
No hay ni un hombre en la serie que sea especialmente agradable, profundo en sus pensamientos, o simplemente, un buen tipo. Incluso Skipper, catalogado por las chicas como uno de los «chicos buenos», deja de inmediato a cualquier mujer cada vez que Miranda le regala cinco minutos de su atención. Skipper llegó al punto de dejar a una mujer, incluso, mientras tenían sexo.
Algunos podrían llamar fantasía también a esto: los hombres en la serie no pueden tener profundidad, o ser complejos o agradables. Son elementos de utilería que usan los escritores para explorar los problemas femeninos. De esta manera, se puede conectar esta serie con muchas otras que usan, igualmente, a las mujeres como señuelos para que otros personajes (siempre masculinos, claro) las sexualicen, romanticen y descarten.
Podría estar de acuerdo con esta perspectiva si no fuera por cómo la serie acaba. Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda terminan junto a alguien. Todas. Al acabar la serie de esa forma, se debilita el mensaje del empoderamiento sexual femenino que se trata de visibilizar a lo largo de la serie.
Sex and the city conforma el escape perfecto, incluso sabiendo de antemano que no es una sátira que va en busca de la verdad. Como la serie nos da a entender, esta independencia femenina es un espejismo que impide un final feliz para las mujeres. Aparentemente.
Traducción al español por Luciano Ibañez.