Joan Didion: observar la serpiente

Lara BuonocoreHistóricas2 de marzo de 2022

La pluma incisiva de Joan Didion desnudó las entrañas de una época convulsa en Estados Unidos. Exploramos cómo su mirada única y su potente “yo” transformaron el periodismo cultural, registrando la historia en el momento preciso y dejando un legado que sigue resonando.

Joan Didion fue periodista y escritora, pero más que nada fue una persona que supo leer en los acontecimientos que sucedían a su alrededor algo relevante, que pasaría a la historia. Escribía crónicas con un ojo que no dejaba pasar los detalles, que veía en los pequeños hitos de la cotidianidad estadounidense algo mayor: el cambio de época, y todo lo que esto implica. 

El fin tumultuoso y un poco caótico de los sesenta fue motivo de gran parte de sus escritos; ese momento de la historia en que hasta las cosas más trágicas –como los asesinatos de Tate y Labianca en 1969– dejaban de sorprender a las personas. Joan supo registrar estos hechos con una crudeza mezclada de ironía y cinismo, pero a la vez con su toque personal, su mirada particular. Leer una crónica de Joan Didion es volver a conocer los hechos, experimentarlos desde una perspectiva nueva, diferente. Sus crónicas en The White Album quizá hablen de cosas que ya sabemos y sin embargo, al leerlas, es como si estuviésemos enterándonos en el momento.

Joan Didion

Su forma de narrar es muy lírica, avanza a través de la historia con una fluidez inusitada, pero también es incisiva, se mete en los huecos que las historias “oficiales” intentan conciliar. Es como si Joan Didion hubiese estado registrando la historia en el momento en que sucedía: ella escribió sobre muchísimos temas que con el paso de los años cobraron mayor importancia y reconocimiento, se volvieron parte de la Historia –con mayúscula.

La potencia de su “yo”, la honestidad brutal de decirse una misma en el acto de la enunciación, dejó una impronta imborrable. No se trataba solo de contar una historia, sino de ofrecer una forma de verla, de habitarla, que resonaría en generaciones de escritoras y periodistas que buscarían, como ella, aprehender el mundo desde su propia posición, sin eufemismos. Joan dejó en claro cuál es el lugar desde el que se para al escribir: “Yo soy lo que lees y quiero que sepas quien soy mientras me lees, donde estoy y que me pasa por la cabeza.”

Didion se convirtió en un faro para quienes buscan una prosa que no teme a la subjetividad ni a la aspereza. Su estilo y su enfoque, que combinaban la precisión periodística con la introspección literaria, influyeron en innumerables autores, consolidándola como una maestra de la crónica y una voz indispensable en el periodismo cultural contemporáneo. Sus escritos esconden una forma de vida que se sostiene en la narración y la escritura: “Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir.”

El acto de narrar, para Joan Didion, implicaba entenderse a una misma; desarticular las historias que nos forman desde que somos chicas para conocernos realmente. Esta visión profunda de la escritura como herramienta de auto-conocimiento y supervivencia trascendió sus propias páginas, inspirando a quienes, después de ella, se atrevieron a usar su propia voz para dar sentido al caos del mundo.

Su influencia no se limita a la técnica, sino a la valentía de su mirada. Joan Didion fue, y seguirá siendo, una escritora muy reconocida. Única en su especie, fue algo así como una celebridad en Estados Unidos, rodeándose de famosos directores de cine, actrices, y músicos. Vivió en el vórtice de la realidad estadounidense, en ese centro que puede llegar a enloquecer, pero logró aprehenderlo con la fuerza de un yo que se mantiene firme en sus creencias, más allá de lo que dicten las historias que la rodean.

La Disección del Nuevo Periodismo

Didion no se adscribió a etiquetas, pero su escritura –esa mezcla incómoda entre el hecho crudo y el pulso interno de quien lo mira– era, para algunos, la sustancia misma de lo que luego se llamó Nuevo Periodismo. Sin la pretendida objetividad de antaño, ella, una observadora casi quirúrgica, se permitió sumergirse en la realidad, diseccionándola desde su propia subjetividad, un método que revolucionaría la forma de narrar los hechos.

Junto a nombres como Truman Capote y Tom Wolfe, Joan Didion redefinió la crónica al fusionar la investigación periodística con técnicas literarias. Su prosa, inmersiva y profundamente personal, demostraba que era posible crear un relato veraz y, al mismo tiempo, una obra de arte, anclando cada suceso en la sensibilidad de quien lo percibe y lo escribe.

Su ojo, implacable, no pasaba por alto los detalles. La forma en que el aire vibraba sobre un carril de autopista o el silencio en un centro comercial podían ser, para Joan, la clave para entender el derrumbe de un ideal. En esos pequeños hitos de la cotidianidad estadounidense, veía el cambio de época y todo lo que implicaba, transformando lo trivial en el epicentro de un análisis social profundo.

Esta agudeza para observar, incluso lo más insignificante, le permitía captar las corrientes subterráneas de la sociedad. Didion no solo describía; construía un reflejo fiel de una América en transformación, donde cada gesto y cada paisaje escondían las claves de una crisis o el nacimiento de una nueva era, revelando las verdades que otros preferían ignorar.

La Contracultura bajo una Mirada Cruelmente Honesta

El fin de los sesenta, ese momento en que incluso lo trágico –como los asesinatos de Tate y LaBianca en 1969– dejaba de sorprender a las personas, encontró en Joan Didion a su cronista más despiadada. Sus textos sobre la contracultura no eran una celebración, sino la fría autopsia de un sueño que se deshilachaba, la disección de una América al borde del abismo y de las ilusiones rotas de una generación. Joan supo registrar estos hechos con una crudeza mezclada de ironía y cinismo, pero a la vez con su toque personal, su mirada particular.

En sus crónicas de The White Album, Didion no solo relató los hechos del movimiento hippie o los juicios de Charles Manson; analizó las implicaciones profundas de ese cambio de época, la desilusión latente y la compleja psique de una sociedad que se debatía entre la utopía y la decadencia, ofreciendo una perspectiva que pocos se atrevieron a mostrar con tanta crudeza. Para ella, los símbolos de esa era –la música, las drogas, la vida en comuna– no eran sinónimo de liberación, sino de un desorden más profundo, una grieta en la narrativa oficial.

La particularidad de su mirada residía en su capacidad para disolver la épica de la contracultura, revelando las grietas bajo la superficie idealizada. Observó cómo la búsqueda de una nueva libertad a menudo desembocaba en la anarquía, la confusión y, en el peor de los casos, la violencia más brutal. Didion no se detuvo en el espectáculo, sino que indagó en la desintegración de los valores, mostrando el lado oscuro de una revolución cultural que, para muchos, se había desvirtuado.

Así, la escritora no solo documentó los acontecimientos, sino que también desentrañó la desesperanza y la fractura social que se ocultaban bajo el brillo del idealismo. Sus textos, despojados de cualquier romanticismo, se convirtieron en un testimonio incómodo y necesario de un período de intensa convulsión, ofreciendo una visión que pocos tenían el coraje de enfrentar con tal honestidad.

La Atemporalidad de una Obra Perturbadora

Y sin embargo, aquello que Joan Didion observó y documentó –la ansiedad urbana, el poder del agua en una ciudad sedienta, la identidad femenina en un mundo que aún se redefinía–, parece haber quedado anclado en un presente perpetuo. Sus palabras, escritas hace décadas, siguen alertando sobre aquello que aún estamos por perder, conservando una vigencia inquietante. Era como si Joan Didion hubiese estado registrando la historia en el momento en que sucedía: ella escribió sobre muchísimos temas que con el paso de los años cobraron mayor importancia y reconocimiento, se volvieron parte de la Historia –con mayúscula.

Sus temas trascienden el contexto histórico en el que fueron concebidos. La alienación, las estructuras de poder, la relación del ser humano con su entorno y las complejidades de la existencia individual son preocupaciones que Joan Didion exploró con una lucidez que mantiene su resonancia. Su obra se erige como un espejo que, a pesar del tiempo, sigue reflejando nuestras propias contradicciones, recordándonos que las inquietudes fundamentales del ser humano, y de la sociedad, persisten.

Didion escribió de muy diversos temas: desde la “Diamond lane” –el carril que se implementó en las autopistas de Los Ángeles para agilizar el tránsito, el cual puede ser utilizado solamente por los autos que llevan más de dos personas–, hasta los centros comerciales, el movimiento feminista, y también sobre quiénes controlan el agua, un recurso básico, en Los Ángeles. Esta diversidad temática demuestra su visión panorámica, capaz de detectar en lo aparentemente trivial los hilos que tejen la complejidad de una cultura y sus desafíos perennes.

La capacidad de Joan para ver en los pequeños hitos de la cotidianidad estadounidense algo mayor –el cambio de época y todo lo que esto implica – es lo que dota a su obra de una perturbadora actualidad. Cada crónica, cada ensayo, no solo nos remite a un pasado específico, sino que ilumina las fisuras y las verdades incómodas de nuestro propio tiempo, obligándonos a confrontar aquello que preferiríamos no ver.

La Mirada Cinematográfica de la Cronista

Su curiosidad no se limitaba a la página escrita. Junto a John Gregory Dunne, su marido y colaborador, Joan Didion supo trasladar esa mirada incisiva al guion cinematográfico, llevando su particular visión de la realidad a la pantalla, demostrando que su narrativa podía habitar distintos formatos sin perder su esencia. La vida misma, para Didion, era una serie de historias a ser contadas, y el cine ofrecía otra lente a través de la cual desentrañar el mundo que la rodeaba.

Participó en la escritura de películas notables como Pánico en Needle Park (1971) y Ha nacido una estrella (1976), donde su capacidad para diseccionar personajes y ambientes se tradujo en historias complejas y auténticas. Su incursión en el cine fue una extensión natural de su talento para observar y narrar las complejidades del espíritu humano, esa misma habilidad que la hacía única en sus crónicas.

Didion no veía en el guion una forma menor de escritura, sino otra disciplina rigurosa para aprehender y estructurar el caos. Su prosa ya poseía una cualidad visual, casi cinematográfica, con escenas vívidas y diálogos punzantes, lo que facilitaba su transición a la pantalla grande. Allí, en la intersección de la imagen y la palabra, continuó explorando los temas que la obsesionaban: la desintegración social, la fragilidad humana y la búsqueda de sentido en un mundo que constantemente se desbocaba.

Así, la escritora, que vivía en el vórtice de la realidad estadounidense, encontró en el séptimo arte otra plataforma para su incisiva observación. Fue una oportunidad para que su voz, aunque mediada por las cámaras y los actores, siguiera narrando aquello que la rodeaba con tal aspereza que sus creaciones dejaban la sensación del fin de una época, de un mundo en crisis, cuyo centro iba a ceder.

Joan Didion y el miedo a lo que aún está por perderse

En el año 2003 falleció el marido de Joan, John Gregory Dunne, y más tarde, en el año 2005, falleció su hija Quintana Roo, con apenas 39 años. El dolor aparece sin previo aviso, y sin una guía sobre cómo atravesarlo. Joan lo conoció completamente, con todos sus matices, y lo abordó con palabras y oraciones que la ayudaron a seguir con su vida.

El dolor la llevó a escribir sobre la experiencia del duelo, sobre lo inenarrable de la pérdida. En El año del pensamiento mágico y Noches azules, Joan logra narrar el aspecto inaprensible de la tristeza, su cercanía con la locura:

“Sé cuál es el miedo. El miedo no es por lo que se pierde. Lo perdido ya está en la pared. Lo que se pierde ya está detrás de las puertas cerradas. El miedo es por lo que aún está por perderse.”

Joan didion

Joan nos deja, en todos sus libros, el registro de una persona que logró atravesar su dolor escribiendo. Sobrevivir mediante la escritura; escribir, al fin, para entender qué piensa, qué siente:

“Escribo todo para saber lo que pienso, lo que estoy viendo, lo que veo y lo que significa. Lo que yo quiero y lo que me temo.”

Joan Didion

Joan fue, y seguirá siendo, una escritora muy reconocida. Única en su especie, fue algo así como una celebridad en Estados Unidos, rodeándose de famosos directores de cine, actrices, y músicos. Ella vivió en el vórtice de la realidad estadounidense, en ese centro que puede llegar a enloquecer, pero logró aprehenderlo con la fuerza de un yo que se mantiene firme en sus creencias, más allá de lo que dicten las historias que la rodean. Narró aquello que la rodeó con tal aspereza que sus crónicas dejan la sensación del fin de una época, de un mundo en crisis, cuyo centro va a ceder.

Joan Didion

Me pregunto cómo hizo para no ceder ella también, para seguir su camino independientemente de los obstáculos que se le presentaron. “La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual no te va a morder. Eso se asemeja bastante a cómo me enfrento yo al dolor. Yo quiero saber dónde está”, dice Joan Didion en el documental The Center Will Not Hold sobre su vida, filmado por su sobrino Griffin Dunne. Quizá la forma de avanzar en una realidad confusa, que tiende a sofocarnos, sea encontrar nuestra serpiente.

virginia woolf | Rocky Arte

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