La lucha de las mujeres de las comunidades originarias.
El Día de la Mujer se conmemora a nivel mundial todos los 8 de marzo. Esta efeméride surge luego de la trágica muerte de 129 mujeres en la ciudad de Nueva York, propiamente dicho en la fábrica Cotton.
Esta historia se repite todos los años, la conocemos de memoria y se usa como bandera para marcar la lucha de las mujeres en una sociedad global que poco hace para combatir la paridad de género.
La paridad, igualdad y respeto a nuestros cuerpos resultan discursos puramente publicitarios para acallar voces de la lucha diaria. En mi caso, me tocó particularmente de cerca escuchar a una figura pública negar la brecha salarial entre los géneros, con fundamentos tales como que dicha diferencia no existe porque cada uno elige qué labores cumplir.
Lo que no le contaron a esa figura pública es que cuando las mujeres elegían ser choferes, no podían manejar. Cuando las mujeres eligieron ser doctoras o ingenieras, no podían estudiar. Cuando las mujeres eligieron hacer política, no podían votar.
Claramente no es una cuestión de elección, es una cuestión de poder, una cuestión de la capacidad de invisibilizar y muchas veces hasta ridiculizar la lucha de las mujeres que solo buscan su libertad e igualdad. Libertad para decidir, para elegir, libertad para poder vestir lo que quiera sin que se la juzgue ni siquiera por la religión. Igualdad para trabajar, para vivir, para competir con las mismas posibilidades.
Sin embargo, no me toca reivindicar esta lucha, ni a esas 129 valientes mujeres, sino a las mujeres que estuvieron muchísimo antes que aquellas. Las mujeres de nuestros pueblos originarios.
Al principio pensé que sería un método correcto enunciar a algunas próceres, o reconocer a sus pueblos. Luego caí en la cuenta de que sería tapar el sol con las manos, porque bien podría utilizar las siguientes líneas para alabar la carrera musical de Aimé Pané, la valentía de Azurduy, o incluso elaborar odas de programas de gobierno.
Pero no voy a ser hipócrita, porque más arriba hablé de elecciones, y en la realidad de las mujeres de los pueblos originarios en Argentina lo que menos existe ha sido la posibilidad de elección.
El rol de las mujeres de los pueblos originarios
Durante la pandemia, desde ONU Mujeres se expresó la preocupación por el aumento ostensible de la violencia de género, intrafamiliar, y de los femicidios en el ámbito de las comunidades originarias. Mujeres que no por decisión, sino por tradición se quedan en sus casas al cuidado de sus hijos, sin poder elegir si estudiar o trabajar y que, cuando al fin pueden hacerlo, se las margina y discrimina. Niñas y adolescentes son violentadas en sus comunidades, obligadas a casarse nada más que porque lo dicta la costumbre. Su opinión no es tenida en cuenta, ni en su entorno, ni cuando quieren formar parte de la sociedad, una sociedad demarcada injustamente con límites morales que juzgan con el índice políticas extranjeras sobre su trato a las mujeres, pero que puertas adentro miran hacia el costado.
Es necesario destacar que las mujeres en estas comunidades se vuelven las guardianas de las costumbres, las tradiciones y la tierra; que algunas buscan se le reconozcan los derechos a participar en las comunidades políticas y alzar así su voz. Sin embargo, no podemos reconocer solo los logros excepcionales. No podemos aplaudir la lucha de las mujeres mientras ignoramos la opresión que muchas otras sufren en sus propias comunidades. Las realidades en estas son disimiles a las nuestras y en consecuencia la mayoría del colectivo femenino dentro de las comunidades aborígenes rechazan temas trascendentales en la agenda feminista (un ejemplo de ello es el aborto).
En este sentido, recomiendo la lectura de un trabajo de investigación del año 2014, de la Dra. Mariana D. Gómez elaborado para el CONICET, institución denigrada hoy en día. En aquel informe, la doctora habla justamente de estas situaciones, y sobre todo de la inclusión de las mujeres en el ámbito político, con la apertura de estos espacios que hasta hace poco solo ocupaban hombres.
La realidad marca que se debe acompañar a las mujeres de los pueblos originarios, tanto en su lucha por la defensa de sus tierras, como también aquellas que son la cabeza de su grupo y que cargan el peso de toda la comunidad, apostando por participar en los pocos espacios políticos que existen. Hay que apoyar a aquellas mujeres indígenas que deciden custodiar su cultura y tradición con valentía y convicciones férreas.
Lo que, a mi entender, no debe ser dejado de lado es la lucha de aquellas mujeres que creen que por pertenecer a un espacio o comunidad deben relegar posiciones y mantenerse en el status quo, mujeres que se interesan en la ciencia, la tecnología y no tienen oportunidad de desarrollarlo. Más importante aún, hay mujeres que consideran que su consentimiento, su voluntad e identidad sexual, sus mismos cuerpos son objeto de su persona. Desconocer esta realidad sería desconocerles sus más básicos derechos humanos.
La lucha sigue, nunca se detiene, y se lucha por todas, todos y todes. No se relegan espacios y no se ocultan relatos por conveniencia, se lucha por los espacios para todas y cada una de las mujeres, para los lugares en los que cada una de ellas elijan estar, respetando identidades y tradiciones, pero condenando aquellas prácticas que violentan a las mujeres, que las reduce y les quita su identidad. La lucha es por todas y por todo. Por la tradición y por la elección, por la costumbre y la innovación, por la voluntad y el consentimiento, por el respeto que cada una como persona se merece.
Teniendo en cuenta esto, recién entonces estamos en condiciones de celebrar un Día de la Mujer sin hipocresías ni verdades a medias. Recuerdo el lema de aquella histórica jornada donde se aprobó la IVE: será libre o no será. Fácilmente podemos traspolarlo a estos tiempos, a este contexto: Las mujeres seremos libres, o no seremos.
Cuando esa hipocresía en la que nos manejamos para defender a las mujeres de acuerdo al lugar político que ocupen, cuando la doble moral con la que señalamos enardecidamente los logros de algunas pero volteamos la mirada cuando una joven violentada clama ayuda, cuando el discurso deje de ser un conjunto de palabras anecdóticas, análisis sociológicos y antropológicos; discursos de campaña y propaganda barata; cuando lleguemos al punto de que somos todas, y juntas, ahí, en ese hermoso mañana podremos celebrar el Día de la Mujer. Mientras, reflexionaremos con el anhelo urgente de que las realidades cambien.
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