Lucia Berlin: el encanto de lo cotidiano
Lucia Berlin fue una escritora estadounidense que nació en Juneau, la capital del estado de Alaska, el 12 de noviembre de 1936. Su vida fue muy particular y, por momentos, complicada. Vivió en muchos lugares: El Paso, Santiago de Chile, Albuquerque, Nueva York, Ciudad de México.
Una vida nómada, signada por la inestabilidad y los cambios constantes. Tuvo cuatro hijos de los cuales se hizo cargo sola la mayoría del tiempo; trabajaba incontables horas en trabajos mal pagos para poder mantenerse mientras luchaba, a su vez, contra el alcoholismo y una escoliosis que la obligó por muchos años a usar un corsé ortopédico.
Sin embargo, en algún hueco en su agitada cotidianidad encontró el momento para escribir. Y escribió mucho: logró hacerse un espacio en su ajetreada vida para hacer lo que amaba. Falleció en el día de su cumpleaños durante el año 2004 en Marina del Rey a causa de un cáncer de pulmón.
Voces que no se oyen
Por muchos años permaneció oculta, desconocida; sus relatos escondidos entre los pliegues de un canon que no le permitió tener un espacio. No obstante, en 2015, la editorial Farrar, Straus and Giroux publicó A Manual for Cleaning Women: una antología que incluye 43 de sus relatos. A partir de ese momento, hubo un cambio radical en el ámbito literario: Lucia Berlin enamoró con su prosa eléctrica y sagaz. Una escritora que había sido injustamente olvidada resurgió y se posicionó como central dentro de la literatura contemporánea.
Esto se dio, más que nada, por su forma de escribir: una escritura que se siente cercana para quien la lee, íntima, como si una conocida estuviese relatando una anécdota. Sus textos no buscan ser edificantes, sino que reproducen los acontecimientos de la vida diaria a través de una mirada extrañada, donde se refleja la fragmentariedad y aleatoriedad de la experiencia humana. Los personajes retratados pueden ser delirantes, filosóficos, graciosos, pero siempre únicos: cada elemento en los cuentos de Lucia Berlin encierra una particularidad que se manifiesta a pesar de la rutina; en las idas y vueltas de la cotidianidad.
Leer una historia de Lucia Berlin es adentrarse –quizá sólo asomarse– en una parte del intenso mundo en que ella vivió, tener un atisbo de esa singular realidad. Por este motivo, muchos críticos o lectores suelen decir que su obra es autoficción o narrativa intimista. Sin embargo, como lectora, disiento con este punto de vista porque plantear sus textos en esos términos reduciría sus historias a un molde con rasgos determinados, un estereotipo. Creo que, muchas veces, encajonar un texto dentro de un género específico es minimizar, incluso invisibilizar, sus particularidades, el mundo único que construye.
El mundo extraño
Los relatos se instalan en un ambiente ordinario, donde los personajes son personas comunes y corrientes, a veces enloquecidas o agobiadas por su rutina; otras, traumadas por hechos que tuvieron que vivir. Todos estos momentos cotidianos, a su vez, se vuelven singulares y extraordinarios bajo el ojo de quien narra: en el cuento “Mi jockey”, la narradora habla de las radiografías de los jinetes que llegan con huesos quebrados a la sala de urgencias, y dice “sus esqueletos parecen árboles, parecen brontosaurios reconstruidos.
Radiografías de San Sebastián”. En ejemplos como este se vislumbra lo hermoso de la escritura de Lucia Berlin: esa mirada extrañada convierte un esqueleto en un brontosaurio, despierta vitalidad en los sucesos de la vida cotidiana y encuentra una sorpresa en ellos. Una paleta de colores que imprime y resalta la sorpresa en la superficie de la rutina.
Se retrata un mundo donde las tragedias y el drama de la vida son abordados desde el humor, la ironía, el amor; donde los personajes son excéntricos, extraños. Todo es impredecible en sus historias: en un momento pueden estar pasando muchas cosas, y luego al siguiente párrafo ya no. En este sentido, los acontecimientos se diluyen a medida que el relato avanza.
Hay un movimiento vital en su prosa que va pegado al vaivén propio de la existencia humana: tiene el ritmo de lo hablado, su cadencia; sus pausas; digresiones y saltos, que exceden a las reglas de la puntuación o la sintaxis. Además, la mezcla entre el español y el inglés logra que las palabras habiten el texto sin necesidad de ser traducidas. Sus cuentos terminan de repente, se suspenden; el suceso relatado es interrumpido por una escritura que no busca un cierre o una conclusión. Una escritura que es indiferente a los finales felices o a las moralejas.
Muchos de estos cuentos se sitúan en los bordes de las grandes ciudades, con personajes marginados que lidian con las complicaciones que esto implica. En este punto se manifiesta la presencia de lo autobiográfico en la escritura de Lucia Berlin: esta escritora trabajó como enfermera de urgencias; empleada doméstica; operadora de la centralita del hospital; como recepcionista en las salas de los hospitales; y profesora. Experimentó mucho dolor y sufrimiento, tanto propio como ajeno, y eso logra filtrarse en su escritura.
Berlin observa y expone situaciones con un ojo ácido, habla de aquello que es ignorado. “La gente pobre está acostumbrada a esperar. La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera”, “Las señoras siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos”. A pesar de esto, la autora encuentra en esos márgenes una belleza particular, donde se revela algo extraordinario que no aparece en ningún otro lado: “La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti”.
¿Por qué leer a Lucia Berlin?
Lucia Berlin fue una escritora moderna para su época que habló de aquello que la sociedad quería relegar a los bordes. Se animó a narrar y dejar por escrito esas otras voces, entre las cuales se incluía, ubicadas en el margen, por fuera de la literatura. Fue excluida del canon por mostrar la contracara, que tan bien conocía, de una realidad estigmatizante y naturalizada socialmente.
Por suerte, durante los últimos años fue redescubierta, rescatada del olvido. Ahora podemos disfrutar sus hermosos cuentos, su prosa eléctrica, llena de vida y color; y decir que uno de sus deseos como escritora fue cumplido: