Para no volver: la muestra en la Ex Esma sobre las mujeres esclavizadas sexualmente en la Guerra del Pacifico
La muestra, inaugurada en marzo en la Casa por la Identidad en la Ex Esma, narra a través de impactantes imágenes la vida de cuatro “mujeres de confort” que fueron obligadas a prestar servicios sexuales a los soldados japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Muchas de ellas nunca pudieron regresar.
Las fotografías de Yajima Tsukasa, acompañadas de la curaduría de Maria del Pilar Álvarez, retratan la vida cotidiana en su vejez y las consecuencias de la violencia sexual en los vidas de las mujeres.
Los cuerpos de las mujeres como un campo de batalla
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Japones llevó adelante el sistema de trata de personas más grande de la historia: se calcula que entre 200.000 y 400.000 mujeres y niñas fueron esclavizadas sexualmente entre 1932 y 1945.
La violencia sexual como arma de guerra es tan antigua como la guerra misma. A lo largo de los siglos, y en diferentes culturas, la figura de la mujer ha tenido muchas representaciones: la fertilidad, el hogar, la familia, la subsistencia, la posibilidad de la reproducción cultural y étnica, entre otras. A su vez, muchos conocimientos fundamentales para la vida en comunidad han estado en manos de las mujeres, quienes se han dedicado a la sanación, la religión y el cuidado de la familia.
No es de extrañar, entonces, que las mujeres y niñas hayan sido, históricamente, tanto botines de guerra como punto de dominación dentro de los conflictos armados. Esto ha sucedido, y sucede hasta hoy en día, no solamente en contextos de guerra, sino también en el marco de otros conflictos.
No debemos olvidar que, por ejemplo, la violencia sexual como método de tortura fue utilizado en las detenidas-desaparecidas durante la ultima dictadura cívico-militar argentina, por lo cual se condenaron a más de 80 militares hasta la fecha. A esta práctica se le suma también los partos en centros clandestinos de detención y la apropiación de bebés.
La violencia ejercida sobre las mujeres en la Guerra del Pacifico da cuenta también del proceso colonial que vivía la región en la primera mitad del siglo XX. El Imperio Japonés desplegó la violencia colonial sobre los cuerpos, movilizando así a miles de mujeres de los territorios ocupados, que incluyeron Corea, China, Taiwán, Filipinas, Indonesia, entre otros. Las llamadas “estaciones de confort”, donde se veían obligadas a prestar servicios sexuales a los soldados japoneses, se instalaron a lo largo de todos los territorios ocupados.
El traslado de las víctimas fuera de su país era una decisión estratégica: al no conocer el idioma ni el lugar donde estaban ubicadas, tenían menos chances de escapar. A su vez, evitaba la diseminación de secretos militares y también la ayuda local a las víctimas. La colaboración civil fue, por otra parte, un factor importante para que estos centros en donde se violaba y maltrataba a las víctimas funcionaran.
Como explica la antropóloga Sarah Soh, para comprender este fenómeno es importante tomar en cuenta muchas aristas: la situación colonial, de género, pero también la etnia y la clase social. Muchas de estas mujeres provenían de familias muy pobres, y eran vendidas a agencias de trabajo para terminar, en muchas ocasiones, en las “estaciones de confort”.
El fin de la guerra no marcó el fin del sufrimiento. La posguerra, la situación postcolonial en Asia y, principalmente, la vergüenza, el deshonor y el rechazo impidieron que pudieran regresar a sus países de origen o volver a ver a sus familias. Además de los abusos, muchas fueron obligadas a realizarse abortos o contrajeron enfermedades venéreas que las dejaron infértiles. En sociedades patriarcales como las qué vivían, esto representaba la imposibilidad de contraer matrimonio y las convertía en una carga para sus familias.
A la vergüenza y el desarraigo, se le sumó también el silencio. En 1991, por primera vez, se daría el primer testimonio sobre estas vivencias, impulsado por organizaciones surcoreanas. Y recién en 1995 (hace poco más de veinte años) la Organización de las Naciones Unidas declaró en algunos casos a las violaciones en contexto de guerra como un crimen de lesa humanidad y una práctica genocida, reafirmando, a su vez, lo establecido en la IV Convención de Ginebra de 1949, donde se las establece por primera vez como un crimen de guerra.
Aún así, la violencia sexual hacia mujeres y niñas continúa siendo, hasta el día de hoy, una práctica común dentro de los conflictos a lo largo y ancho del mundo.
Para no volver: la muestra en la Ex- Esma en el mes de la mujer y de la memoria
Para no volver narra, a través de fotografías de la vida cotidiana, la historia de cuatro mujeres coreanas que fueron esclavizadas sexualmente durante la Segunda Guerra Mundial en Asia. El fotógrafo japonés Yajima Tsukasa, quien ha colaborado a lo largo de su carrera con distintas organizaciones en defensa de las “mujeres de confort”, logra capturar con su lente las marcas que la guerra deja en los cuerpos: el dolor, la pérdida, la vergüenza, el desarraigo.
A su vez, la mano de la curadora e investigadora del Conicet, Maria del Pilar Álvarez, construye un relato impactante que invita a la reflexión. Nos muestran una fracción de la vida de estas mujeres en China, el lugar a donde fueron movilizadas y donde se vieron obligadas a quedarse. La vida luego de la guerra, la vejez en una sociedad transformada. La familia, el hogar, el pueblo son escenarios que se repiten en estas imagenes en blanco y negro.
También el vacío y lo indecible, la experiencia traumática que nunca se borra, y las consecuencias que acarrea en las vidas de las víctimas. La imposibilidad de volver al hogar, la pérdida de la pertenencia, el idioma, la cultura y la necesidad de reconstruir sus vidas en un país ajeno.
Aún así, las fotografías nos acercan a una realidad poco imaginada: la posibilidad de un después, de una vida luego del acontecimiento traumático. Estas mujeres no son solo víctimas, también son luchadoras, madres, abuelas, trabajadoras. El crisma identitario nos da relatos multifacéticos. No hay un solo destino. Estas imágenes las muestran por lo que son: sobrevivientes. Una realidad agridulce, y aún así fundamental para honrar a las sobrevivientes y sus historias de vida.
La exposición fue inaugurada el 15 de marzo en la Casa por la Identidad en el Espacio Memoria y Derechos Humanos Ex Esma, y se puede visitar hasta el 31 de mayo de manera gratuita, de lunes a viernes de 10 a 18hs. La fecha de inauguración no es casualidad. Marzo es en Argentina el mes de la mujer, pero también el mes de la memoria.
Abuelas de Plaza de Mayo moviliza esta exhibición junto con la Asociación Civil de Coreanos en Argentina, y nos invita a pensar la memoria como herramienta fundamental para la reparación histórica y la justicia en las cuestiones de género. Visibilizar estos relatos es importante para continuar construyendo memoria, verdad y justicia.