Tiempo y Memoria en Drive my Car | Rock y Arte - Divulgación Cultural

¿Cómo se narra la pérdida?, ¿de qué manera el arte puede acercarse a un dolor tan profundo y expresarlo? Estas parecen ser las preguntas que vertebran a Drive my car, película de Ryüsuke Hamaguchi, donde el tiempo y la memoria se presentan como mecanismos complejos y escurridizos, ya que por un lado ayudan a mantener vivos los recuerdos, pero por otro los cristalizan en algo definido que, con el paso del tiempo, pierde sus matices y detalles.

El duelo inmóvil de Kafuku: cómo el tiempo y la memoria modelan la vida tras la pérdida

Kafuku, el protagonista, sufrió la pérdida de Oto, su esposa, y gran parte del filme se enfoca en su duelo, en la forma que encuentra –o no– para lidiar con ese dolor y continuar. Porque la vida sigue a pesar de la ausencia de Oto, y con ella aparece la pregunta: ¿se supera en algún momento una pérdida como aquella? ¿Es posible dejar atrás una tragedia así?

Desde la muerte de su esposa, Kafuku se encuentra inmovilizado, tanto en un sentido metafórico como literal: sufre una lesión en el ojo que no le permite manejar, y también lo vemos bloquearse mientras está actuando en una obra de teatro, abrumado por el recuerdo de su amada y el dolor que le provoca. 

A partir de la pérdida, el protagonista habita un limbo donde hace lo que se espera de él –trabajar, dirigir la nueva obra, relacionarse con otras personas– pero parece más bien dejarse llevar por estas cosas que hacerlas. En él, la acción pierde peso, lo vemos convertirse en una persona más vidente, meditativa.

Imágenes-tiempo: un viaje filosófico por la introspección y el dolor en Drive my car

Esto tiñe de un tono filosófico y reflexivo a la película; en ella la acción se detiene y es reemplazada por situaciones ópticas y sonoras puras que, según el filósofo Gilles Deleuze en su libro Estudios Sobre Cine. La Imagen-Tiempo, no se prolongan en acciones, sino que “despiertan una función de videncia” (2005: 34) Entonces proliferan las tomas de espacios y objetos cualesquiera, retratos de los momentos cotidianos de la vida de Kafuku: su auto viajando por la autopista, paisajes, los personajes quietos, una canción o sonido, la expresión de un rostro que dura apenas unos segundos

Drive my car

Estas imágenes-tiempo se caracterizan por los vagabundeos, inmovilizaciones y repeticiones. Drive my car está llena de momentos así: las escenas dentro del auto se repiten una y otra vez; la cinta que Kafuku escucha para aprender sus líneas del guión insiste. En estas tomas predomina la pura expresión del tiempo y el conflicto se diluye. Sí, estamos viendo una película donde se retrata la historia del duelo de un personaje, pero se lo hace de una forma lírica, que sustrae la estructura causa-consecuencia para enfocarse en algo más introspectivo. Esto es, en parte, por el estado de ánimo del personaje, que se encuentra perdido, paralizado, expresando su dolor a través de gestos simples. 

Dentro de esta compleja red tejida por la memoria y el tiempo, Oto pasa a ser una suerte de cristal temporal que permea y refleja lo que la rodea. No solo es alguien que vemos en gran parte del filme, sino que también contiene los sentimientos, ideas, y sueños –la mayoría incumplidos– de otros personajes. La cámara se detiene en ella y entendemos que es ahí adonde vuelve Kafuku una y otra vez para orientarse en ese presente desolado que le toca vivir.

El poder de la palabra y la imagen: construyendo un mosaico de memorias en el cine de Hamaguchi

Los mecanismos a través de los cuales funciona la memoria, en la vida cotidiana, nos resultan misteriosos. ¿Por qué recordamos ciertos detalles insignificantes y olvidamos momentos centrales de nuestra vida? 

Los recuerdos operan como imágenes a las que recurrimos en búsqueda de algo que ya no está, muchas veces una sensación o sentimiento. Para encontrarlos, el cerebro humano tiene que acceder a distintas regiones virtuales del pasado, capas y capas que recorre en busca de ese fragmento de memoria que desea revivir. 

En el cine, la memoria puede expresarse a través de la profundidad de campo; según Deleuze, este recurso “se alimenta en estas dos fuentes de la memoria (…) el esfuerzo actual de evocación, para suscitarla, y la exploración de las zonas virtuales de pasado, para encontrarla (…)” (2005: 151) En Drive my car, hay una parte cerca del final donde se manifiesta esto. Watari, la chica que la empresa para la que trabaja Kafuku contrata como su chofer, está observando los restos de la casa donde ella vivió de joven.

La toma nos la muestra adelante y a Kafuku en el fondo. Aquí se retrata la evocación en acto de Watari, que explora las capas de pasado en busca del recuerdo de su madre allí en esa casa, y luego se lo relata a Kafuku.

De esta forma, llegamos a otro de los puntos centrales del filme, la metadiscursividad, ya que hay relatos incrustados que forman un mosaico de historias superpuestas con la trama central: los cuentos que Oto inventa, como al principio del filme; las obras de teatro, la confesión de Watari sobre su infancia, los recuerdos de Takatsuki sobre Oto cuando está en el auto con Kafuku. Se construyen capas de historias para expresar el poder de la palabra que, en este filme, es el doble de la imagen y la potencia: se nutren entre sí. 

Muchas veces la imagen que se muestra es estática, pero la palabra narrada evoca cientos de otras imágenes que se combinan con ella. Como dice Kafuku en uno de los ensayos, “simplemente lean el texto”: hay que dejarlo hablar por sí solo para que surja su efecto. 

Drive my Car

Quizás lo más interesante de este filme es que, al estar vuelto sobre sí mismo, exhibe su dispositivo y nos dice: esto es cine. Se narra una historia pero nunca deja de remarcarse que estamos frente a una construcción artística. El uso que se hace de los recursos cinematográficos –primeros planos, planos detalle, profundidad de campo, iluminación, el sonido, los movimientos de cámara– lo opone a un cine meramente narrativo. Aquí no solo se cuenta una historia, sino que también se la expresa de una forma lírica y hermosa. Verla es una experiencia sensorial, estética y filosófica única. Drive my car atraviesa todos estos campos y los deja latiendo, más vivos que antes.

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