Cena familiar: madre, padre e hijas. Para comer hay pizza comprada, de distintos sabores. Emma (Kaya Toft Loholt), preadolescente, y Caroline (Rigmor Ranthe), casi mayor de edad, esperan expectantes que su madre se siente en la mesa. Sin embargo, Helle (Neel Rønholt) no se sienta: tienen que hablar algo antes, y le urge al padre que empiece la conversación. Van a separarse. La pregunta obvia que surge, aunque indecible, es ¿por qué? Ahora es Thomas (Mikkel Boe Følsgaard) el que habla: hace meses que se inyecta hormonas porque quiere vivir el resto de su vida como mujer. Silencio, incomodidad, tensión: todas esas emociones se van entrelazando en el ambiente hasta que Emma se levanta de la mesa y se va.
Una familia perfectamente normal
Una familia perfectamente normal (En helt almindelig familie), película danesa del año 2020, es la opera prima de Malou Reymann. Fue premiada en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam el mismo año de su estreno. El debut de la cineasta es profundamente honesto, con sus momentos de angustia, de humor: se trata de un coming-of-age narrado desde la perspectiva de Emma, una adolescente fanática del fútbol, que odia el color rosa.
Cuando su padre le dice que a partir de ahora se llama Agnete, Emma se siente confundida, triste, enojada: ¿puede seguir diciéndole papá?, ¿acaso es su papá todavía?, ¿es Emma capaz de llamarla Agnete? La duda persiste a lo largo de toda la película, y es a su vez aquello que vertebra el relato, que va y viene entre el pasado familiar, lejano, perfecto; y el presente incómodo, angustioso.
La película intercala fragmentos de home movies filmadas por Thomas cuando sus hijas eran chicas, con tomas del presente que les toca atravesar. El film tiene una densidad impactante en términos de la fotografía; deslumbra, emociona: la improvisación propia de la home movie, con la rugosidad de sus imágenes, la textura, evocan una sensación de nostalgia y precariedad. En esos videos de la infancia, hay una fuerte presencia de lo hogareño, relacionado principalmente con la figura del padre, Thomas. Por otro lado, están las tomas que retratan el momento presente de la familia, tan precisas que generan un campo visual hermoso y único hasta en los más mínimos detalles.
Por momentos, las imágenes son dolorosas, incómodas, persisten en la mente y la retina de quien las ve: después de la cena en que Thomas les cuenta la noticia a sus hijas, Emma no lo ve por un largo tiempo. Finalmente, concuerdan en encontrarse para una sesión de terapia familiar, con la condición de que Thomas no vaya vestido de mujer.
Al llegar al consultorio, se enteran de que no acudió Thomas a la cita, sino Agnete, y Emma se encierra en el baño, indignada. La madre la busca y logra hacerla entrar en la habitación donde tendrán la terapia, pero Emma tomó sus propias medidas: se puso un pañuelo en la cara para taparse los ojos. Y la cámara, tan honesta y precisa en sus movimientos, es literal en sus acciones: como Emma no quiere ver a Agnete, la cámara tampoco la ve; durante toda la sesión, sabemos que Agnete está ahí porque escuchamos el ruido de las pulseras y sus tacos, inferimos su presencia por detalles, retazos de imagen, pero no la vemos en su totalidad hasta que Emma se saca el pañuelo.
Con una sensibilidad inusitada, recorremos la historia de esta familia que intenta acomodarse a su nueva realidad, cada una de ellas a su manera. Y lo más especial de la película es su honestidad para hacerlo: es difícil enojarse con Emma por su enojo o tristeza, el film no nos lleva a esa posición; todo lo que cuenta lo hace sin prejuicios, de una forma sincera.
Quizá el hallazgo de Una familia perfectamente normal sea la idea de que la aceptación llega de diversas formas; a veces con más dificultad, como en Emma, y otras, con naturalidad, como en Caroline. Pero que en todos los casos, siempre, es importante que llegue.
Al final, cada una de ellas logra aceptar a Agnete, y la película narra esa historia compleja y bellísima generando empatía para todos sus personajes. Como espectadores, no podemos sino identificarnos con ellas y aceptarlas también, cada una con sus particularidades, y sus propios caminos por recorrer.