Carne, Metal y Conciencia: Genealogía Política del Veganismo en el Metal Extremo

Florencia GuzzantiThe Pit9 de junio de 2025

*Originalmente publicado el 7 de noviembre de 2020. Actualizado el 9 de junio de 2025

En el vasto y a menudo contradictorio universo del heavy metal, existen subgéneros que han hecho de la transgresión su bandera y de la brutalidad su lenguaje. El death metal y el grindcore, con su estética de la descomposición y su sonido de maquinaria industrial colapsando, parecen a primera vista los lugares menos probables para el surgimiento de una conciencia ética y política. Sin embargo, es precisamente en este rincón oscuro y ruidoso de la cultura donde, en los años 80 y 90, germinó una de las críticas más feroces y coherentes al sistema de producción capitalista: la adopción del veganismo como un acto de resistencia.

Este artículo se propone realizar una genealogía política del veganismo en el metal extremo, desenterrando sus raíces y analizando su significado más allá de la simple dieta o la elección de estilo de vida. Sostenemos que la decisión de bandas pioneras como Carcass o Napalm Death de rechazar el consumo de productos animales no fue una anécdota, sino una postura política fundamental. Esta postura, argumentaremos, se basa en una profunda crítica a la mercantilización de los cuerpos, la alienación de la producción industrial y la violencia sistémica inherente al capitalismo tardío.

Para llevar a cabo este análisis, trataremos al veganismo no como un asunto de moral individual, sino como una práctica política que emerge de condiciones materiales concretas. Aplicaremos herramientas del materialismo histórico para entender cómo la industrialización de la agricultura y la ganadería transformó a los seres vivos en meras mercancías, despojándolos de todo valor intrínseco más allá de su utilidad para el capital. Es la lógica de la fábrica aplicada a la biología, un proceso que estas bandas supieron identificar y denunciar con una brutalidad sónica sin precedentes.

Nos sumergiremos en las letras, los discursos y las prácticas de estas bandas para demostrar que su veganismo es inseparable de su visión del mundo. Veremos cómo Carcass utilizó la imaginería gore como una autopsia crítica de la industria cárnica y cómo Napalm Death integró la liberación animal en un frente de lucha unificado junto al antifascismo y el anticapitalismo. Son dos caminos que, partiendo del mismo rechazo visceral, llegaron a conclusiones políticas similares.

Este no es un texto que busque convencer a nadie de adoptar una dieta, sino un esfuerzo por comprender un fenómeno cultural y político complejo. Es un intento de tomar en serio la ideología que subyace a la música más ruidosa y, a priori, ininteligible. Se trata de reconocer que, a veces, las críticas más agudas al sistema no se encuentran en los ensayos académicos, sino en los guturales de un disco de grindcore.

El viaje que iniciamos es uno que nos llevará de los mataderos de Liverpool a los centros sociales de Birmingham, de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt a la práctica militante del hardcore punk. Desarmaremos el cliché del metalero como un bárbaro descerebrado para encontrar en su lugar a un sujeto político consciente, aunque a menudo contradictorio. Un sujeto que, en su rechazo a consumir carne, estaba llevando a cabo un acto de sabotaje contra la gran maquinaria de la alienación.

Por último, este análisis busca servir como una herramienta para pensar nuestras propias luchas en el presente. La forma en que el capitalismo coopta y despolitiza incluso las formas más radicales de resistencia, como el veganismo, es una lección que debemos aprender. La historia de estas bandas es la historia de una conciencia forjada en el acero de la resistencia, una conciencia que hoy, más que nunca, necesitamos recuperar y reactivar.

No es solo Ensalada

Para analizar el veganismo en el metal extremo, primero debemos despojar al concepto de “veganismo” de la pátina de frivolidad con la que el mercado lo ha recubierto. No estamos hablando de una tendencia de bienestar, de un capricho de celebridades o de una dieta para optimizar el rendimiento físico. El veganismo que emerge de la escena underground de los años 80 es una postura filosófica y política que ataca al sistema capitalista en uno de sus cimientos: la transformación de la vida en mercancía.

Desde una perspectiva marxista, el animal en la ganadería industrial es el ejemplo más puro del fetiche de la mercancía. Es un ser vivo cuyo valor de uso (su propia vida, su existencia) es completamente aniquilado y reemplazado por un valor de cambio (su precio como carne, cuero o leche). Karl Marx (1867) analizó este proceso para el trabajo humano, pero su lógica es perfectamente aplicable a la explotación animal industrial, donde el cuerpo del animal se convierte en una simple materia prima más dentro de una cadena de montaje.

Las bandas pioneras del grindcore y el death metal, aunque quizás no leyeran “El Capital”, intuyeron esta realidad con una claridad brutal. Vivían en la Inglaterra de Thatcher o en la América de Reagan, donde la lógica del mercado se estaba expandiendo a todas las esferas de la vida. Su rechazo a consumir carne era un rechazo a participar en este sistema de cosificación, un “no” rotundo a tratar a un ser vivo como si fuera un tornillo o un ladrillo.

Aquí también podemos aplicar una lente ecofeminista para enriquecer nuestro análisis. Teóricas como Carol J. Adams (1990) han señalado la profunda conexión entre la dominación de la naturaleza y la opresión de las mujeres. La industria láctea, por ejemplo, se basa en la explotación sistemática del ciclo reproductivo de las hembras de otra especie, una lógica de control y apropiación del cuerpo que resuena de manera directa con las estructuras del patriarcado.

Esta perspectiva nos permite entender que la crítica implícita en el veganismo del metal extremo no era solo económica, sino también antipatriarcal. Al rechazar los productos de esta explotación, estas bandas, compuestas mayoritariamente por hombres, estaban, quizás inconscientemente, atacando una de las metáforas más poderosas de la dominación. Estaban rechazando el “derecho” del más fuerte a explotar al más débil, ya fuera por su clase, su género o su especie.

Por lo tanto, cuando hablemos de veganismo en este contexto, estaremos hablando de una forma de política prefigurativa. Es decir, una práctica que intenta vivir hoy los valores de la sociedad que se desea construir mañana: una sociedad sin explotación. Es un intento de alinear la práctica cotidiana (lo que comemos) con una teoría radical (la crítica al capitalismo y al patriarcado).

No se trata de una búsqueda de pureza moral individual, un error en el que caen muchas vertientes del liberalismo. Se trata de una toma de posición política colectiva, expresada a través de la música, las letras y la creación de una subcultura con sus propios códigos éticos. El veganismo en esta escena no era para “sentirse mejor con uno mismo”, sino para trazar una línea en la arena y decir: “de este sistema de muerte, no seremos cómplices”.

Las Raíces de la Rabia: El Ethos Antipolicial y Anticorporativo del Primer Grindcore

Para entender los orígenes del veganismo en el grindcore, es indispensable excavar una capa más profundo, hasta llegar a sus raíces en el anarco-punk británico de principios de los 80. Antes de que la palabra “vegano” se asociara masivamente al metal, bandas como Crass o Discharge ya habían sembrado el terreno ideológico. Su mensaje era de un anticapitalismo total, un rechazo visceral a todas las formas de autoridad, ya fuera el Estado, la policía, el ejército o las corporaciones.

Estas bandas crearon la banda sonora de la desolación bajo el gobierno de Margaret Thatcher. Sus letras no hablaban de desamor o de coches, sino de la guerra nuclear, la brutalidad policial, el desempleo masivo y la manipulación mediática. Establecieron un principio fundamental: la música no es entretenimiento, es un arma, un vehículo para la agitación política y la difusión de ideas radicales.

El sonido que desarrollaron era un reflejo directo de su mensaje. Era un ruido caótico, rápido y agresivo, despojado de cualquier pretensión comercial o de virtuosismo técnico. La forma y el contenido eran una sola cosa: un ataque frontal a la cultura de masas y a la sociedad de consumo, una negación absoluta de la estética burguesa del “buen gusto” y la “armonía”.

Fue en este caldo de cultivo anarquista donde la crítica al especismo comenzó a tomar forma como un componente más de la lucha anticapitalista. El especismo, la idea de que la especie humana es superior y tiene derecho a explotar a las demás, fue identificado como otra ideología de dominación. Se lo equiparó al racismo, al sexismo y al clasismo, como una justificación más para que un grupo oprima a otro (Ryder, 1970).

Bandas como Conflict o Antisect comenzaron a incorporar letras explícitamente a favor de la liberación animal en sus discos. Vincularon los mataderos con los campos de batalla y los laboratorios de vivisección con las cámaras de tortura de los regímenes autoritarios. Entendieron que la violencia del sistema era indivisible y que se ejercía sobre todos los cuerpos considerados “inferiores” o “descartables”.

Esta toma de conciencia se vio reforzada por la creación de una cultura subterránea completamente autónoma. El ethos del “hazlo tú mismo” (DIY) era central: las bandas grababan sus propios demos, editaban sus propios fanzines y organizaban sus propios conciertos en centros sociales ocupados. Esta práctica era una forma de resistencia material a la industria cultural, un intento de crear un circuito al margen del mercado capitalista.

Cuando los miembros de Napalm Death o Carcass formaron sus primeras bandas, estaban bebiendo directamente de esta tradición. Eran adolescentes de clase trabajadora que habían crecido escuchando a Crass y a Discharge, y que veían en la música una forma de canalizar su rabia contra un sistema que no les ofrecía ningún futuro. El grindcore fue la radicalización sónica y política de los principios que el anarco-punk ya había establecido.

Carcass (Fase 1): La Autopsia como Crítica a la Industria.

Cuando Carcass irrumpió en la escena underground británica a finales de los ochenta, su propuesta parecía llevar la estética gore a un nuevo nivel de extremismo. Su primer álbum, “Reek of Putrefaction” (1988), era un asalto sónico casi inescuchable, con una producción deliberadamente sucia y caótica. Las letras, una amalgama de términos médicos extraídos de libros de patología, parecían una glorificación de la enfermedad y la descomposición, pero detrás de esa fachada de morbosidad se escondía una crítica devastadora.

Lo que pocos sabían en ese momento era que dos de sus miembros fundadores, el guitarrista Bill Steer y el bajista y vocalista Jeff Walker, eran vegetarianos convencidos. Este dato, que ellos mismos revelarían más tarde, funciona como una clave de lectura que resignifica por completo su obra temprana; el vegetarianismo de Jeff Walker y Bill Steer no era una anécdota, era el motor conceptual de su arte. De repente, las detalladas descripciones de cuerpos desmembrados y órganos en descomposición dejaban de ser una fantasía de terror para convertirse en algo mucho más real y político.

Las letras de Carcass sobre la industria cárnica eran, en esencia, una autopsia del producto que la sociedad consume a diario sin cuestionar su origen. Al utilizar un lenguaje clínico y desapasionado, despojaban al acto de comer carne de toda su carga cultural y simbólica, exponiéndolo como lo que es: el consumo de un cadáver procesado. Canciones como “Vomited Anal Tract” o “Exhume to Consume” pueden ser leídas como descripciones literales, aunque hiperbólicas, del proceso que va del matadero al plato.

Este enfoque era una forma de “realismo capitalista” brutal, en el sentido que le daría Mark Fisher décadas después. Carcass no necesitaba inventar monstruos, simplemente describía la monstruosidad real y normalizada de la industria alimentaria. Su música obligaba al oyente a confrontar la verdad material de la carne, una verdad que la publicidad y el empaquetado del supermercado se esfuerzan por ocultar bajo una apariencia limpia e inocua.

La tapa de su segundo disco, “Symphonies of Sickness” (1989), era un collage de fotografías reales de cadáveres extraídas de manuales de medicina. Este acto de apropiación era profundamente político. Al exhibir lo que la sociedad considera “repugnante” y confina al ámbito de la morgue, estaban trazando un paralelo directo con la carne animal, que es esencialmente lo mismo pero socialmente aceptado como alimento.

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La genialidad de su propuesta inicial radicaba en esta ambigüedad. Para el oyente no informado, Carcass era simplemente la banda más asquerosa y extrema del planeta. Pero para quien conocía su postura vegetariana, se revelaba como una de las bandas conceptualmente más sofisticadas, utilizando el lenguaje del goregrind para llevar a cabo una crítica devastadora a los hábitos de consumo de la sociedad industrial.

Carcass, en esta primera fase, no necesitaba panfletos ni consignas políticas explícitas. Su política estaba en la descripción misma, en la elección de su vocabulario y en la coherencia entre su arte y su ética personal. Fueron pioneros en demostrar que el metal más extremo podía ser un vehículo para ideas complejas, y que la crítica más efectiva no siempre es la que se grita a través de un eslogan, sino la que se muestra a través de un bisturí.

Carcass (Fase 2): Del Bisturí a la Metáfora Política

Tras establecerse como los maestros indiscutidos del goregrind, Carcass comenzó un proceso de evolución musical y lírica que los llevaría a terrenos aún más complejos. A partir de su tercer álbum, “Necroticism – Descanting the Insalubrious” (1991), y culminando en la obra maestra del death metal melódico, “Heartwork” (1993), la banda refinó tanto su sonido como su discurso. La crítica directa a la industria cárnica dio paso a una crítica más amplia y metafórica a las instituciones de la sociedad moderna.

El bisturí que antes usaban para diseccionar cadáveres ahora lo aplicaban a las estructuras sociales. Las letras, aunque todavía impregnadas de una imaginería médica y macabra, comenzaron a abordar temas como la industria farmacéutica, la corrupción en el sistema de salud, la hipocresía de la moral burguesa y la mercantilización del cuerpo humano en general. La autopsia ya no era literal, sino social.

En “Necroticism”, por ejemplo, encontramos canciones como “Corporal Jigsore Quandary”, que puede ser interpretada como una crítica al tráfico de órganos y a cómo el capitalismo es capaz de ponerle un precio a cada parte del cuerpo humano. El lenguaje sigue siendo visceral, pero el objetivo de la crítica es mucho más abstracto y sistémico. Es una evolución desde la descripción de la mercancía hacia el análisis del sistema que la produce.

El álbum “Heartwork” representó la culminación de este proceso. Con una producción mucho más limpia y una musicalidad que incorporaba melodías y solos de guitarra de gran virtuosismo, las letras se volvieron casi poéticas en su brutalidad. Temas como “No Love Lost” o “This Mortal Coil” exploran la alienación, el nihilismo y la falsedad de las relaciones humanas en la sociedad tardocapitalista, utilizando la metáfora del cuerpo y la enfermedad de una forma muy sofisticada.

Esta transición demuestra una notable maduración en el pensamiento político de la banda. Pasaron de la denuncia de un problema específico (la explotación animal) a una crítica más holística del sistema que genera esa y todas las demás formas de explotación. Entendieron que la lógica que convierte a un animal en un producto es la misma que convierte a un ser humano en un recurso descartable.

La icónica portada de “Heartwork”, una escultura de H.R. Giger, simboliza perfectamente esta evolución. Reemplazaron el collage de fotos de morgue por una obra de arte surrealista que fusiona lo orgánico y lo mecánico. Es la imagen de un cuerpo torturado y alienado por la tecnología y la industria, una metáfora visual perfecta para la crítica que contenía el disco.

Esta segunda fase de Carcass fue fundamental para el desarrollo del metal extremo como una forma de arte seria y con contenido intelectual. Demostraron que la brutalidad sónica no estaba reñida con la sutileza lírica y que se podía ser crítico sin caer en el panfleto. Su influencia en miles de bandas de death metal melódico y progresivo es incalculable, no solo en lo musical, sino también en lo temático.

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Napalm Death: La Coherencia del Frente Unificado

Si Carcass representa la crítica implícita y metafórica, Napalm Death encarna la denuncia explícita y la militancia política directa. Desde sus inicios, la banda de Birmingham ha sido un bastión de coherencia ideológica, integrando el veganismo en el metal extremo como una pieza más de un rompecabezas de lucha mucho más amplio. Para ellos, la liberación animal no es una causa aislada, sino una parte inseparable de un frente unificado contra el sistema capitalista, el fascismo, el patriarcado y toda forma de opresión.

El vocalista Mark “Barney” Greenway es una de las voces más articuladas y respetadas del activismo dentro de la música. A diferencia del enfoque más críptico de Carcass, el activismo vegano de Barney Greenway es directo y se expresa tanto en las letras de la banda como en sus innumerables entrevistas y declaraciones públicas. Él no tiene reparos en explicar una y otra vez la conexión que ve entre la explotación animal y la explotación humana.

En las letras de Napalm Death, la crítica al especismo desde el metal es una constante. Canciones como “Food for Thought” o “When All Is Said and Done” atacan directamente a la industria cárnica, no solo por su crueldad, sino también por su impacto ecológico y su rol en la desigualdad alimentaria global. Argumentan que un sistema que trata a los animales como meros objetos de producción inevitablemente tratará a los seres humanos de la misma manera.

La consigna que mejor resume su filosofía podría ser “no hay liberación animal sin liberación humana, y viceversa”. Entienden que la lógica de la dominación es la misma, ya sea que se aplique a un trabajador en una fábrica, a una mujer en una sociedad patriarcal o a un animal en un matadero. Por eso, su discurso conecta de forma natural el veganismo con el antirracismo, el antifascismo y el socialismo libertario (Glaser, 2018).

Esta coherencia se refleja también en su práctica como banda. Napalm Death ha participado activamente en conciertos benéficos para organizaciones de derechos animales, ha apoyado campañas de PETA (aunque a veces con una mirada crítica a sus métodos) y ha mantenido siempre una postura antifascista militante, popularizando el lema “Nazi Punks Fuck Off” en la escena del metal extremo. Se niegan a separar su música de su compromiso político.

Mientras otras bandas pueden caer en la contradicción de cantar sobre la libertad mientras sostienen posturas reaccionarias, Napalm Death ha mantenido una línea ideológica clara y consistente durante más de tres décadas. Son la prueba viviente de que el grindcore, en su forma más pura, es una herramienta de agitación política. Su veganismo no es una elección de consumo, es una declaración de guerra.

La influencia de Napalm Death ha sido crucial para politizar a generaciones de fanáticos del metal y el punk en todo el mundo. Han demostrado que se puede ser extremadamente ruidoso y brutal en lo musical, y al mismo tiempo, extremadamente claro y articulado en lo político. Son la antítesis del nihilismo apolítico; su ruido no es un grito al vacío, es un grito con un objetivo y un programa.

La Expansión del Virus: Hardcore, Straight Edge y la Militancia Vegana

El fenómeno del veganismo político en la música underground no fue exclusivo del metal extremo británico. Para comprender su expansión y consolidación, es fundamental analizar la relación entre el hardcore punk y veganismo, especialmente en la escena estadounidense. Fue en este caldo de cultivo donde la ética vegana se fusionó con el movimiento “straight edge”, dando lugar a una de las subculturas más militantes y a veces dogmáticas de finales del siglo XX.

El straight edge, que nació a principios de los 80 con la banda Minor Threat, proponía un rechazo al estilo de vida autodestructivo asociado al punk: no beber alcohol, no fumar y no consumir drogas. En los años 90, una nueva ola de bandas, conocida como “youth crew”, llevó esta idea un paso más allá. Argumentaron que si el objetivo era mantener el cuerpo y la mente limpios de toxinas y de la influencia de las corporaciones, la coherencia exigía también rechazar la carne y los productos de la explotación animal.

La banda más emblemática de esta corriente fue, sin duda, Earth Crisis y el vegan straight edge. Originarios de Syracuse, Nueva York, su música era una forma metálica y agresiva de hardcore y sus letras eran manifiestos directos a favor de la liberación animal y el veganismo. Canciones como “Firestorm” o “Smash or Be Smashed” se convirtieron en himnos para una nueva generación de activistas.

Earth Crisis y otras bandas similares no se andaban con metáforas. Su mensaje era explícito: la explotación animal es un acto de violencia intolerable y la única postura ética posible es el veganismo. A menudo, su discurso estaba impregnado de una retórica de “guerra santa” contra la industria cárnica y quienes participaban en ella, lo que les granjeó tanto seguidores devotos como críticos que los acusaban de ser dogmáticos y puritanos.

Esta escena, conocida como “vegan Reich” por sus detractores, tuvo un impacto enorme en la politización de miles de jóvenes. Popularizaron conceptos como el especismo y la liberación animal, y los introdujeron en la cultura hardcore a nivel global. A través de fanzines, sellos discográficos independientes y conciertos, crearon una red internacional que promovía el veganismo como un pilar fundamental de la resistencia contracultural.

La influencia de esta escena se cruzó inevitablemente con la del metal extremo. Muchas bandas de metalcore y deathcore de finales de los 90 y principios de los 2000 adoptaron la ética vegana y el discurso político del hardcore. Se produjo una hibridación musical e ideológica que demostraba que la crítica al especismo se había convertido en un tema central en gran parte de la música underground más contestataria.

Este movimiento demuestra que la politización del veganismo no fue un hecho aislado de un par de bandas británicas, sino parte de una toma de conciencia más amplia dentro de la cultura juvenil subterránea. Fue la respuesta de una generación a la creciente industrialización y mercantilización de la vida. Y aunque a veces cayera en posturas sectarias, su rol en la difusión de estas ideas fue innegable.

Contraste Dialéctico: El Hedonismo Carnívoro como Norma en el Metal Clásico

Para valorar en su justa medida la radicalidad de la postura vegana en el metal extremo, es útil realizar un ejercicio de contraste dialéctico. Debemos analizar brevemente la ideología opuesta que dominaba y, en gran medida, sigue dominando otras áreas del heavy metal. El ethos del metal más clásico, desde el hard rock de los 70 hasta el glam metal de los 80, a menudo celebraba precisamente lo contrario: un hedonismo desenfrenado, un individualismo autoafirmativo y una estética orgullosamente “carnívora”.

Mientras las bandas de grindcore emergían de la desolación industrial de la Inglaterra de Thatcher, la escena del Sunset Strip en Los Ángeles presentaba una realidad completamente diferente. Bandas como Mötley Crüe o Guns N’ Roses construyeron su mitología sobre el lema “sexo, drogas y rock and roll”. Su rebelión no era contra el sistema capitalista, sino una celebración de sus excesos, una búsqueda del éxito individual a cualquier precio.

En esta cosmovisión, el cuerpo no es un objeto de crítica política, sino un instrumento para el placer y la conquista. Las letras hablaban de fiestas, alcohol, mujeres tratadas como objetos de consumo y una vida rápida al límite. La idea de la autodisciplina ética, del ascetismo o del rechazo a ciertos productos por razones políticas era completamente ajena y hasta ridícula para esta escena.

La comida y la bebida, en este contexto, funcionan como símbolos de estatus y de virilidad. La imagen del rockero comiendo un bife enorme y bebiendo una botella de Jack Daniel’s es un cliché, pero uno muy poderoso. Representa una masculinidad tradicional, fuerte, que no se preocupa por las consecuencias ni por “sensibilidades” éticas; una masculinidad que consume el mundo sin pedir permiso.

Esta postura no es necesariamente una ideología política articulada, pero sí refleja una adhesión implícita a los valores del individualismo y el consumismo capitalista. Es la fantasía de que el individuo, a través de su talento y su carisma, puede superar todas las barreras y vivir una vida de lujo y exceso. Es una narrativa que, en lugar de criticar el sistema, busca triunfar dentro de él.

El contraste con la ética de Napalm Death o Earth Crisis es, por lo tanto, absoluto. Mientras unos veían el consumo como una forma de liberación y autoafirmación, los otros lo veían como una forma de complicidad con un sistema de explotación. Son dos formas de rebeldía que apuntan en direcciones diametralmente opuestas.

Este análisis nos permite entender por qué el veganismo en el metal extremo fue un quiebre tan significativo. No fue una simple evolución, sino una ruptura total con la ideología dominante dentro de su propia cultura musical. Fue un acto de contraintuitiva resistencia que redefinió lo que significaba ser “heavy” o “extremo”, desplazando el foco del exceso personal a la conciencia política.

La Soja del Capital: El Veganismo entre la Resistencia y la Cooptación

Ningún análisis político estaría completo sin abordar las contradicciones que surgen cuando una práctica de resistencia es absorbida por el mismo sistema que pretendía criticar. El veganismo, que en sus orígenes en el underground era un acto de profundo rechazo al mercado, ha sido progresivamente cooptado por el capitalismo en su fase “verde” o “consciente”. Hoy, la ética vegana se debate en una tensión constante entre su potencial como herramienta de crítica radical y su realidad como un nicho de mercado de lujo.

El capitalismo tardío tiene una capacidad asombrosa para tomar cualquier movimiento contestatario, despojarlo de su contenido político y venderlo de nuevo como una mercancía. Lo hizo con el punk, con el feminismo y, por supuesto, con el veganismo. La industria alimentaria, al ver un nuevo segmento de consumidores con alto poder adquisitivo, se lanzó a producir una infinidad de productos “veganos” procesados, a menudo a precios exorbitantes.

Así, el veganismo, que para Barney Greenway es una lucha contra la opresión, para las grandes corporaciones es una oportunidad de negocio. El acto de resistencia se transforma en un acto de consumo, en una forma de construir una identidad individual a través de la compra de ciertos productos. Se puede ser vegano y, al mismo tiempo, consumir productos de multinacionales que explotan a sus trabajadores en el sur global, una contradicción que el sistema se encarga de invisibilizar.

Esto nos lleva a la crítica de clase fundamental: ¿es el veganismo hoy una postura accesible para la clase trabajadora? La realidad en países como el nuestro es que los productos veganos especializados suelen ser más caros que sus contrapartes de origen animal. La dieta vegana puede ser económica si se basa en legumbres, cereales y verduras, pero el “estilo de vida vegano” que promueve el mercado es, sin duda, un privilegio de clase.

Esta cooptación genera un efecto de despolitización. El veganismo se presenta en los medios de comunicación y en las redes sociales no como una crítica al sistema productivo, sino como una preocupación por la salud individual, el bienestar animal en un sentido sentimental o una moda “cool”. Se borra por completo su conexión con el anticapitalismo, el antifascismo y la lucha de clases que le dieron origen en la escena underground.

El desafío para quienes sostenemos una perspectiva de clase es, entonces, cómo navegar esta contradicción. Implica diferenciar claramente entre el veganismo como una decisión de consumo individualista y el veganismo como una táctica dentro de una lucha política más amplia. Implica entender que no consumir ciertos productos es un paso, pero que no es suficiente si no se acompaña de una crítica al sistema de propiedad y producción que genera la explotación en primer lugar.

Las propias bandas como Napalm Death son conscientes de esta tensión. En sus discursos, siempre se cuidan de no caer en un elitismo moral. Su crítica no apunta al consumidor individual, sino a las corporaciones y a los gobiernos que sostienen un sistema alimentario global basado en la crueldad y la desigualdad.

La historia de la cooptación del veganismo es un caso de estudio perfecto de la astucia del capital. Nos recuerda que ninguna práctica es revolucionaria por sí misma, sino que su potencial político depende del marco ideológico en el que se inscribe. Un veganismo sin crítica de clase puede convertirse, paradójicamente, en otro engranaje más de la maquinaria de consumo que pretendía sabotear.

Federalismo de la Furia: Ecos y Adaptaciones en la Escena Extrema Argentina

El fenómeno del veganismo político en la música extrema no fue exclusivo de Europa o Estados Unidos; sus ecos llegaron con fuerza a la escena underground de nuestro país. Analizar cómo se adaptó y qué formas particulares adoptó esta ideología en Argentina nos permite entender la dinámica de la circulación cultural en los márgenes. No fue una simple copia, sino una reapropiación y una adaptación a nuestras propias condiciones políticas y sociales.

A principios de los años 90, la escena hardcore punk de Buenos Aires (“Buenos Aires Hardcore” o BxAxHC) comenzó a experimentar una fuerte politización, muy influenciada por el straight edge y el veganismo que venían de la escena neoyorquina. Bandas como Minoría Activa o Nueva Ética se convirtieron en referentes de un movimiento que conectaba la autodisciplina personal con una crítica frontal al sistema. El “no a las drogas” se unió al “no a la carne” como parte de un mismo paquete de resistencia.

Para muchos jóvenes que habían crecido durante el fin de la dictadura y el desencanto del alfonsinismo, y que ahora enfrentaban la brutalidad del neoliberalismo menemista, esta ideología ofrecía un marco de coherencia y de comunidad. En un contexto de disolución de los lazos sociales, crear una escena con códigos éticos tan estrictos era una forma de construir un “nosotros” fuerte y definido. El veganismo era una de las fronteras que delimitaban a esa comunidad.

La influencia de bandas como Earth Crisis fue central. Sus letras, que hablaban de la liberación de la tierra y de los animales, resonaron en una juventud que veía cómo el modelo sojero comenzaba a devastar el territorio y a concentrar la riqueza. La crítica al especismo se vinculó, a veces de forma intuitiva, con una crítica al agronegocio y al imperialismo.

Los fanzines jugaron un rol crucial en la difusión de estas ideas. Publicaciones fotocopiadas y distribuidas de mano en mano en los recitales eran el principal vehículo para las traducciones de letras, las entrevistas a bandas extranjeras y los primeros textos teóricos sobre liberación animal y veganismo. Fueron la “internet” de una época previa a la masificación de la red, creando una conciencia colectiva a nivel nacional.

Por supuesto, esta escena no estuvo exenta de contradicciones y debates internos. La postura a veces dogmática y confrontativa de algunos sectores del vegan straight edge generó tensiones con otras tribus del punk y el metal. Se los acusaba de ser “policías” de la moral, de tener una actitud sectaria y de no comprender las dificultades económicas que implicaba ser vegano en la Argentina de la hiperinflación y el desempleo.

Con el tiempo, la influencia se expandió más allá del hardcore y permeó a sectores del grindcore, el death metal y el metalcore local. El veganismo dejó de ser un fenómeno exclusivo de la escena straight edge para convertirse en una postura política transversal en gran parte del underground más contestatario. Hoy en día, es común encontrar bandas de metal extremo en Argentina que apoyan activamente causas animalistas y ambientalistas.

El caso argentino demuestra cómo una ideología nacida en otro contexto puede ser adaptada y resignificada para responder a las realidades locales. El veganismo político en nuestra escena no fue solo una imitación, sino una herramienta que muchos jóvenes utilizaron para articular su bronca contra el neoliberalismo, el especismo y la destrucción del medio ambiente. Fue la prueba de que la furia, cuando se organiza, puede ser federal.

Una Conciencia Inquebrantable Forjada en la Resistencia

Al finalizar este recorrido por la genealogía política del veganismo en el metal extremo, la tesis central se reafirma con la contundencia de un blast beat. La adopción de la ética vegana por parte de bandas pioneras como Carcass y Napalm Death no fue una anécdota, una moda pasajera o un capricho individual. Fue, por el contrario, una de las expresiones más coherentes y radicales de una crítica profunda al sistema capitalista, nacida en las entrañas mismas de la cultura underground.

El análisis político de Carcass y Napalm Death nos ha demostrado dos caminos complementarios para llegar a una misma conclusión. Carcass, a través de una autopsia estética, expuso la verdad material del cuerpo convertido en mercancía, revelando la violencia oculta en el acto cotidiano de comer. Napalm Death, por su parte, articuló esta crítica en un programa político explícito, conectando la lucha por la liberación animal con el antifascismo, el anticapitalismo y la solidaridad de clase.

Hemos visto cómo los orígenes del veganismo en el grindcore se hunden en el terreno fértil del anarco-punk, heredando de él su rechazo a toda forma de autoridad y su ethos de autoorganización. También hemos contextualizado este fenómeno, mostrando su diálogo con la escena hardcore y vegan straight edge estadounidense. Esto prueba que no fue un caso aislado, sino parte de una toma de conciencia más amplia que recorrió el underground a nivel global.

La rebelión que estas bandas propusieron fue total. Atacaron al sistema no solo en su superestructura política o cultural, sino en su base más íntima y cotidiana: el plato de comida. Politizaron el acto de comer, transformándolo de un hecho biológico o de consumo privado en un acto de resistencia política, en una declaración diaria de principios que se negaba a ser cómplice de la violencia industrializada.

Por supuesto, hemos señalado también las contradicciones de este movimiento. La principal de ellas es la forma en que el capitalismo, con su infinita capacidad de fagocitarlo todo, ha intentado cooptar el veganismo, convirtiéndolo en un nicho de mercado y en un marcador de estatus social. Este es el recordatorio permanente de que ninguna práctica es revolucionaria por sí misma si no está anclada en una crítica constante al sistema de producción en su totalidad.

El legado de estas bandas para nosotros, hoy, es inmenso. Nos enseñan que la conciencia política puede surgir de los lugares más inesperados y que la cultura, incluso la más ruidosa y marginal, puede ser un formidable campo de batalla ideológico. Nos demuestran que es posible construir una ética de la resistencia que sea coherente en todos los frentes de la vida.

En definitiva, la historia del veganismo en el metal extremo es la historia de una conciencia de acero, forjada en la distorsión de las guitarras y en el rechazo a un mundo que mercantiliza la vida. Es la prueba de que la verdadera brutalidad no reside en un grito gutural o en una batería a toda velocidad. La verdadera brutalidad es la de un sistema que nos aliena de nuestra comida, de nuestro planeta y, en última instancia, de nosotros mismos.

Fuentes:

Adams, C. J. (1990).The Sexual Politics of Meat: A Feminist-Vegetarian Critical Theory. Continuum. Glaser, B. A. (2018).The Ecotopian Grind: A Critical Discourse Analysis of Anarcho-Punk and Vegan-Grindcore. Active Distribution.
Marx, K. (1867).Das Kapital, Kritik der politischen Ökonomie (Vol. 1). Verlag von Otto Meissner.
Ryder, R. D. (1970).Speciesism [Leaflet]. Privately printed.

Autor

  • María Florencia Guzzanti

    Flor es historiadora, periodista cultural y traductora. Fundadora y directora de Rock y Arte, su trabajo explora las intersecciones entre arte, cultura, política e identidad desde una perspectiva interseccional y crítica. Ha escrito sobre derechos humanos, literatura, movimientos sociales, música y feminismos, con un enfoque en el slow journalism y la investigación profunda. Parte de sus artículos han sido incorporados en materiales educativos en Chicago Public Schools y en planes de estudio del Reino Unido. Apasionada por el lenguaje, la memoria y las narrativas colectivas, busca crear espacios donde el periodismo y la cultura sirvan como herramientas de transformación.

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