Con solo una silla, una pequeña mesa y las interrupciones de un afuera invisible, Vistiendo sombras despliega un espectáculo crudo y cargado de emoción. El unipersonal escrito y dirigido por Gustavo Andres Rocco dirige los reflectores hacia la interpretación de un excelente Lucas Foresi, quien en poco menos de una hora es capaz de sumergirnos en la tragedia de un hombre atrapado por sus propios miedos. La obra gira en torno al conflicto introspectivo, a la construcción del individuo desde la infancia, a la relación con los mandatos sociales, al monstruo que se esconde en cada uno y a la idea de la muerte asomando constantemente como una alternativa. Crea un escenario perfecto para debatir sobre las problemáticas que aquejan al individuo y las consecuencias de no abordarlas a tiempo.
“Cuando el niño dañado desaparece, queda el hombre que hace daño”.
Entra en escena un hombre de bata abierta y calzas blancas. La imagen puede parecer patética, y el baile que despliega se roba rápidamente las risas del público. Pero de repente se desata una discusión entre el hombre y los avatares que representan el reflejo de un niño curioso y un anciano asustado. Lo que en principio deja entrever una dinámica divertida se va cargando de tensión y se transforma en una profunda conversación. Las tres partes intentan encontrar el origen del dolor que los carcome y que los obliga a convertirse en el monstruo que una vez temieron. El anciano es un oyente aterrado, se rehúsa a participar, el niño en cambio pregunta inocentemente en busca de una solución, intenta combatir con luz toda la oscuridad, pero lo único que encuentra son las respuestas de un hombre vestido de sombras.
Vistiendo sombras despliega un estudio sobre los miedos que aquejan la existencia humana y moldean al YO. Con una puesta en escena austera se nos presenta un viaje al interior de un personaje encerrado en su departamento y en sí mismo. Su decisión es alejarse del mundo y de todos los que lo rodean. En sus palabras encontramos a alguien demasiado dañado para encontrar el camino hacia la redención. La vida, la muerte, las cicatrices de la infancia, el paso a la madurez, los vínculos sociales y afectivos son conceptos cuyo debate se prestan como objeto de discusión entre los tres personajes, obligando a reflexionar sobre su rol en nuestra construcción como seres sociales.
Las constantes interrupciones del exterior son un factor decisivo en la obra. A través de conversaciones telefónicas y llamados a la puerta se nos permite conocer un poco de esa vida que tanto padece el hombre de bata. No oímos ni vemos quien está del otro lado de estas interacciones, pero en las reacciones y tratos que mantiene el protagonista podemos conocer lo defectuoso de todas sus relaciones, y lo mucho que perturban su encierro. El portero golpea la puerta, él ensaya una caminata furiosa, pero al abrir baja la mirada; los insistentes llamados de su madre lo sacan de sus casillas; su ex mujer llama y lo único que pueden hacer es castigarse mutuamente por las heridas del pasado sin sanar; y el final abrupto de un supuesto amor pone el clavo final.
La agonía se muestra in crescendo, y la idea de la muerte navega constantemente en sus monólogos como si Caronte asomara su barca en la orilla. Hasta que la tapa de la mesita se levanta como si fuera un truco de magia, trayendo un objeto más a escena. La cercanía que propone el teatro Border respecto al público y al actor propician la tensión que produce esta aparición. El final, aunque cantado, no resulta menos dramático de lo que es.
El monstruo debajo del monstruo
La voz infantil quiere saber si un niño podría vencer ese monstruo, esa criatura aterradora que acecha constantemente al ser humano. La respuesta del protagonista es clara: no puede vencerlo, sino convertirse en él.
A este monstruo convertido vemos a lo largo de toda la obra. Es un ser patético, nihilista, agresivo, capaz de descargar su ira contra sus seres queridos pero demasiado cobarde para plantarle cara al portero. Sin embargo, la magistral interpretación Lucas Foressi evita que nos resulte lo repelente que debería ser. Su solidez y entrega dotan al personaje de una profundidad emocional que nos empuja a empatizar. Los monólogos existenciales están brillantemente escritos, pero es Foressi quien conecta a la audiencia con un personaje al que resultaría fácil despreciar.
La perfecta variación entre un personaje y otro engrandece su tarea. Los distintos registros de voz que utiliza para caracterizar y diferenciar a tres personajes que interactúan entre sí no resultan forzados en ningún momento. Las discusiones se desarrollan de manera orgánica y apasionada. Incluso la inclusión de un personaje infantil, con la tonalidad y la gestualidad propia que este conlleva, no cae en ningún momento en un recurso cómico o poco convincente, sino que logra crear a un personaje esperanzador y capaz de generar la oposición necesaria contra tanto desaliento.
Pero donde su trabajo más resalta es cuando se alcanza el clímax emocional del personaje; causalmente, el mejor momento de la obra. En una de las últimas interrupciones de ese exterior del tanto huye el hombre de bata, conocemos que mantiene un vínculo amoroso a distancia. Un esperado encuentro que viene planeandose hace un año se cancela abruptamente. No se ahonda en detalles, pero Foressi es capaz de dejar al descubierto todo el patetismo del personaje al desempeñar este llamado telefónico hablado en inglés con una actuación sublime hasta las lágrimas. No podemos saber que tan real era el vínculo, pero en su llanto podemos ver a nuestro protagonista quebrarse por completo, sin poder hacer otra cosa que humillarse a sí mismo en busca de mendigar un poco de amor. En su desespero se muestra tal cual es, su aterradora reacción nos permite ver al fin cuan dañado realmente está. Y lo único que queda por ver es como acaba entregándose por completo a las sombras.